I –
—Joder, ¿aquí también hay un McDonald’s? —preguntó Patricia mientras se le
alborotaba el pelo. Y el estómago.
Julián miró también hacia el característico edificio.
—¿Dónde no hay un McDonald’s? Estoy seguro de que, si coges un mapamundi, cierras
los ojos y posas el dedo, hay uno de estos. —respondió con una media sonrisa.
—¿Incluso en medio del mar?
—¿Dónde te crees que comen los de las plataformas petrolíferas?
Rieron todos. Iban en un viejo Mercedes descapotable que habían alquilado al llegar a
El Aaiún. Habían pasado once días desde que cruzaron el Muro marroquí y llevaban siete alojados en la antigua capital del Sáhara español; hoy, una mediana ciudad controlada por Marruecos. Al día siguiente de haber cruzado el muro se habían reunido con Lara Núñez en Esmara, la primera ciudad en la que pararon. Lara, que conducía el Mercedes, era una periodista de EFE que estaba como enviada especial en el Sáhara controlado por Marruecos para cubrir el conflicto. Era una «vieja amiga» —eso decía— de Julián y les había invitado a acompañarla unos días hasta que pudieran abandonar el Sáhara. A partir de ahora todos ellos, excepto Patricia y Khalil —que serían los traductores—, trabajarían «extraoficialmente» para EFE de cara a la
policía marroquí. El plan era que, antes de coger un vuelo desde El Aaiún hasta Canarias, pudieran visitar la antigua base militar española. Esta visita —a la que se dirigían en ese instante— ya era de simple curiosidad, en los últimos días habían obtenido todo el material que necesitaban para terminar de cubrir el conflicto desde el lado marroquí.
Abandonaron el centro de la ciudad para enfilar el puente que cruzaba el lago de Dait
Um Saad, al norte. Era en el otro lado de la orilla donde el gobierno marroquí había construido diferentes edificios administrativos aledaños a la antigua base española, que habían usado durante algunos meses hasta que construyeron la nueva.
—Apenas quedan cuatro muros —musitó Ander al bajarse del coche, el primero en
hacerlo. Tras él le siguieron Khalil, Patricia, Lara y Julián.
Era cierto, lo poco que quedaba del complejo era el muro frontal y cuatro edificios medio derruidos que rodeaban el patio que asomaba al fondo. En él seguían en pie tres mástiles oxidados que se levantaban en el medio de la explanada de hormigón.
—Imagino que ahí estarían los banderines del Tercio de la Legión —Lara se había
adelantado y rozaba con la yema de los dedos el mástil que estaba más cerca de ella— ¿habéis visto la famosa foto de Juan Carlos cuando vino a visitar el Sáhara poco antes de la Marcha Verde? Se hizo aquí.
La periodista juntó el índice y el pulgar de ambas manos para simular el cuadro de una
cámara, estaba comparando aquel lugar con el de la fotografía. El gran arco de herradura que asomaba detrás ya no existía en la actualidad.
—En su momento se aseguraron bien de no quedar ni rastro de la presencia española.
Ni un letrero, ningún indicativo… Nada, solo piedras y ladrillos —observó Julián mirando a su alrededor.
—Bueno, a España eso nunca le importó —Khalil se había situado junto a otro de los
mástiles y lo miraba con cierta melancolía, aunque los españoles no habían aprendido aún a captar las emociones faciales del saharaui— para vuestro país el Sáhara no fue más que una moneda de cambio. Una transacción totalmente criminal e ilegal.
—En todo caso fue el rey y no España como tal, Khalil —Patricia se había puesto su
palestino a modo de coletero, Julián la miraba con una media sonrisa mal disimulad — desde el primer momento una parte importante de la población española se postuló en contra y sigue pidiendo que el Gobierno cumpla la legalidad y se haga cargo del Sáhara.
—¿Y de qué sirve? ¿Ha cambiado algo? La gente prefiere seguir con su vida y no meterse en asuntos que no le atañen para nada… Y es comprensible, la verdad. Pero no hay que parar, hay que seguir poniendo el foco aquí, en lo que aquí ocurre mientras todas las partes dan la espalda —el saharaui comenzó a andar hacia el coche— ¿Saben? Con la legalidad en la mano yo soy tan español como ustedes. ¿Qué es lo que hace que ustedes tengan un DNI y yo no?
– II –
La terminal del Aeropuerto Internacional Hassan I —la intención en el nombre del
aeropuerto saharaui era evidente— estaba prácticamente vacía. Solamente había un único vuelo programado para ese día, una conexión con la isla de Gran Canaria de la aerolínea Binter. Dado que seguir en el Sáhara comenzaría a ser peligroso para ellos y para Lara y que, en realidad, habían cubierto todo lo que se habían propuesto y más de aquella nueva guerra, decidieron comprar los billetes del primer vuelo que saliera hacia Canarias.
—Seguro que con Lara no te aburrirás, Khalil. Te meterá con ella en el cráter de un volcán si cree que allí sucede algo relevante —dijo Julián a Khalil con un pequeño guiño.
Ya se estaban despidiendo al pie del pequeño avión de hélice. Khalil se iba a quedar trabajando como traductor para Lara hasta que pudiera regresar a la República Saharaui. Parecía que hacía siglos que habían cruzado aquella frontera con Argelia, eran profesionales. Al menos, eso es lo que les dirían a todos aquellos que les preguntaran. «Somos profesionales. Había que estar en el sitio para contarlo y estuvimos». Pero lo que se ocultaba realmente detrás era un espíritu aventurero tan infantil como humano. El periodismo solo era una excusa, una maravillosa excusa, la más noble. «Dale a un periodista una causa, una historia y un bien común que conseguir y te moverá el mundo», pensó Ander mientras entraba en el avión. Quizás sería una forma bonita de actualizar aquella frase original de Arquímedes.
Con una ligera sacudida el aparato tomó velocidad hasta ascender suavemente por el
caliente cielo del Sáhara. El fotógrafo puedo ver entonces por la ventanilla de su asiento la silueta del norte de la costa saharaui con la isla de Lanzarote asomando a lo lejos… Pero, a la vez, tan cerca. «…cuenten la tremenda injusticia que se hizo aquí, cuéntenla en España y en los demás países… Lo que se nos debe, sobre todo lo que se nos debe…». Recordó estas palabras del guía saharaui mientras apoyaba la frente en el cristal de la ventana y seguía observando las arenas del desierto. Cuéntenlo, que se sepa. Que la gente conozca. Veritas impugnari nunquam extinguitur