Estos últimos días, los titulares han abierto a grito de los talibanes, grupo extremista que defiende una visión radical del islam, y que, por desgracia, vuelven a tomar el poder de Afganistán. El cambio de poder se produjo al mismo tiempo que los Estados Unidos retiraban sus tropas del país, después de ocuparlo durante 20 años. Cuando Joe Biden anunció la retirada de sus tropas en julio, los talibanes comenzaron a desplegarse por el territorio. Capturaron más de 20 ciudades en una semana, sin ninguna resistencia por parte del ejército afgano, que contaba con cuatro veces más soldados.
Tras esto, el caos se apoderó del aeropuerto de Kabul, capital de Afganistán, ya que miles de personas trataban de huir de esta situación. La población temía que los talibanes tomasen represalias contra aquellos que habían colaborado con tropas internacionales. Los gobiernos extranjeros consiguieron evacuar a muchas personas, aunque miles aún siguen esperando su plaza para marcharse. Ashraf Ghani, presidente afgano, abandonó el país el 16 de agosto, dejando a la población a merced del grupo radical. El Estado Islámico aprovechó la incertidumbre y falta de gobierno para cometer un doble atentado que ha provocado unos 200 muertos. El ejército talibán asegura que el nuevo gobierno colaborará con la comunidad internacional y respetará los derechos, aunque las protestas que ha habido desde el comienzo de la revuelta se han disuelto a la fuerza. Se teme que se imponga un nuevo régimen de islamismo radical, con mujeres y niñas como principales víctimas.
Pero todo esto tiene un inicio, que nos hace remontarnos años atrás. En 1979, la Unión Soviética invadió Afganistán, apoyando al gobierno comunista, inmerso en una guerra civil contra grupos muyahidines (combatientes islámicos fundamentalistas o “los que luchan en la guerra santa”). El bloque occidental vio esto como un acto de agresión por parte de un estado totalitario, y no como un acto de solidaridad socialista, como era la perspectiva de Moscú. Afganistán, además, contaba con asesores militares soviéticos desde un año antes. Estos desmontaron desde dentro, antes de la invasión, la defensa del ejército afgano. En los batallones, aconsejaron desmontar las baterías de los carros de combate para “prepararlos para el almacenamiento en invierno”, dejándolos inoperativos. Además, el presidente Hafizullah amin, solicitó la llegada de fuerzas soviéticas, que pensaba que vendrían en su ayuda, no para derrocarle.
Los principales núcleos urbanos, bases, aeropuertos e instalaciones eléctricas estaban bajo control soviético. La fuerza con la que la URSS entró en Afganistán, denominada “Contingente Limitado de Fuerzas Soviéticas”, era apropiada para enfrentarse a la resistencia del ejército afgano. Sin embargo, los conocidos por los soviéticos como dukhi (fantasmas), que se enfrentaron a los soviéticos, eran los ciudadanos que se habían levantado contra los gobiernos de Taraki y Amin.
El desgaste fue constante, caían muertos una media de 148 hombres por mes, 9175 muertes en total. Los muyahidines hostigaron con convoyes, consiguiendo grandes éxitos. Gorbachev, secretario general del Comité Central del PCUS llegó al poder en marzo de 1985, año más sangriento de la guerra. En 1986 se retiraron algunas unidades a la URSS, siguiendo las órdenes de Gorbachev. La llegada a manos rebeldes a mediados de 1986 de modernos misiles antiaéreos cambió las reglas, ya que la eficacia antiaérea de los guerrilleros implicó dificultades para los soviéticos. En febrero de 1986 Gorbachev anunció su intención de “afganizar” el conflicto, retirando las tropas soviéticas, entrenando y equipando al ejército afgano. En la última fase, los soviéticos procuraron entrar en combate cuando fueron atacados por los muyahidines, mientras preparaban su retirada. Estos realizaron en abril de 1987 ataques en el interior de la Unión Soviética. Al tiempo, durante las celebraciones del décimo aniversario del golpe que trajo a los comunistas al poder, el 27 de abril de 1988, consiguieron hacer estallar un camión-bomba en la capital, demostrando la incapacidad del gobierno para proteger a los ciudadanos.
En 1987 el ejército afgano llegó a la cima de sus efectivos lo que impulso la retirada de la Unión Soviética. En general, la retirada pacífica gracias a acuerdos de alto el fuego temporal con los guerrilleros. El coste humano de los nueve años de guerra fue de hasta 1,3 millones de afganos. El ejército soviético perdió entre 13 833 y 26 000 muertos. Pero la retirada soviética no supuso el fin de la guerra. Entre 1989 y 1992, un Afghan Interim Government creado por una alianza de líderes muyahidines se unió contra el gobierno comunista afgano, presidido por Najibullah. Un asedio a Jalalabad en 1989, paso a la toma de Kabul, que fracasó, y los líderes muyahidines empezaron a luchar entre sí, en concreto Hektmayar contra Massud. Najibullah se mantuvo en el poder. Un general del ejército afgano, Abdul Rashid Dostum, desertó y se alió con Massud. Aliados a su vez los hombres del norte con el líder Hematkyar, Kabul cayó en abril de 1992 y el presidente se refugió en la sede de las Naciones Unidas, donde viviría cuatro años.
Los vencedores se lanzaron unos contra otros. El gobierno estaba liderado por Rabbani, quien se apoyaba en Massoud y Dostum. La etnia dominante, liderada por G. Hekmatyar, no podía aceptar el dominio, iniciándose una nueva guerra civil durante la que Kabul fue arrasada. La guerra agotó al país, que vio la aparición de los “estudiantes” islámicos, taliban. Crecieron desde 1994, barrieron a los otros grupos, conquistaron Kabul, castraron y ahorcaron al antiguo presidente Najibullah, y unificaron parte del país bajo su control. En verano de 1996, Osama bin Laden, huésped y financiador de los muhajidin y los talibanes, se asentó con Al Qaeda en cuevas excavadas durante la guerra contra la URSS. El 9 de septiembre de 2001 Massud fue asesinado por Al Qaeda. Dos días después, el 11 de septiembre, se produjo el atentado de las Torres Gemelas y del Pentágono, que llevó a la invasión estadounidense de Afganistán. Los talibanes fueron inicialmente derrotados. Bin Laden fue eliminado en Pakistán por EEUU en mayo de 2011, aunque Al Qaeda sigue subsistiendo y los talibanes se han vuelto a hacer con el control de Afganistán. Como señala Dalrymple, historiador, “Doscientos años después, siguen vigentes las mismas rivalidades y las mismas batallas en los mismos lugares, disfrazadas con nuevas banderas, ideologías y personajes”.
LAS PRINCIPALES VÍCTIMAS DEL RÉGIMEN
Los talibanes, prometen aplicar una visión estricta de la sharia o ley islámica, para garantizar la paz y la seguridad, una vez establecidos en el poder. Muchas mujeres afganas han denunciado que los soldados talibanes cogían a las mujeres de los pueblos, las violaban, les obligaban a casarse o incluso las asesinaban, como han hecho con los disidentes.
Entre las prohibiciones que los talibanes imponen a las mujeres se encuentran la prohibición de trabajar fuera de sus hogares; la prohibición de cualquier tipo de actividad fuera de casa; prohibición de cerrar tratos con hombres; prohibición de estudiar; prohibición de salir sin llevar un burka que cubra de cabeza a pies; prohibición de uso de cosméticos; prohibición de hablar con varones; prohibición de reír en voz alta; prohibición de llevar tacones; prohibición de montar en taxi; prohibición de tener presencia en radio, televisión o reuniones; prohibición de practicar deportes; prohibición de llevar indumentaria de colores vivos; prohibición de reunirse con motivo de festividades; prohibición de lavar ropa en ríos o plazas públicas; prohibición de asomarse a los balcones; prohibición de acceder a baños públicos; prohibición de viajar en el mismo autobús que un hombre; prohibición de usar pantalones acampanados; prohibición de apare en fotografías o vídeos o la prohibición de ser publicadas en revistas o libros. Aquellas que incumplan estas normas podrán ser azotadas, golpeadas o abusadas verbalmente. Además, se permite la lapidación pública contra las mujeres acusadas de mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio.
“Todos los seres humanos nacemos libres e iguales, pero nosotros establecemos nuestras propias diferencias, y arrasamos a nuestros iguales”