Durante mi infancia, nunca me llamaron la atención los animales. Era algo ajeno en mi vida. Cuando visitaba a mis amigas o familiares con perro, tenían que atarlo o agarrarlo. Además de no gustarme, me daban pánico.
Pues bien, mi pasión por los animales comenzó un verano que tenía que quedarme sola en una ciudad. Cómo bien sabéis, en verano, las ciudades quedan vacías de estudiante y gente joven. Una tarde, empecé a buscar en Internet “animales de compañía”, lo que más me llamó la atención eran un conejito. Los veía en las fotos tan bonitos, con las orejas caídas… Empecé a plantearme el comprarme uno y con la mejor compañía posible, me recorrí varias tiendas de animales y… después de mucho dudar entre uno u otro, Kiara fue la elegida.
Para mí, todo esto era un mundo. Le compré todo lo que necesitaba y las primeras noches, no pegaba ojo. Los días y meses iban pasando y ya tenía una fiel amiga. Fotos, comida, paseos hasta el parque, viajes, partos… Si vuelvo para atrás, recuerdo unos años y momentos felices.
“No hay que humanizar a los animales”. Esa es otra de las frases más escuchadas. Se diferenciar entre humanos y animales. Pero cada persona tiene sentimientos hacia quién y por quién quiere. Respeto, a quién le guste y a quién no, los animales. La vida es eso. Saber respetarnos cada uno.