Me dirijo a la planta intermedia de mi casa, abro la puerta del salón, me sitúo al lado izquierdo del mismo y abro la tapa del piano, corro el taburete y me siento, después vuelvo a arrimarme… coloco mi mano derecha sobre las teclas y poco a poco voy tocando la primera melodía que se me viene a la cabeza, lentamente voy colocando la mano izquierda, hace su papel acompañando a la mano derecha y entonces la pieza suena completa… me sé la canción de memoria, no necesito partitura; cierro los ojos y recuerdo por qué estoy tocando el piano, he discutido con mis padres, ahora es algo bastante común… no dejo de tocar. Cada segundo que pasa, más me siento derruida por el sonido melodioso de ese instrumento que me ha robado el alma, las primeras lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas, comienzo de nuevo a sentirme vulnerable, me siento empequeñecida por ese aura de melancolía que se instaura en mi corazón desde el momento en que presiono la primera tecla, estoy más tranquila, aplaco mi frustración de una de las formas más bonitas que conozco… quiero seguir tocando, ansío más música, las lágrimas siguen cayendo por mis mejillas y del mismo modo sigo sintiéndome pequeña ante la gigantesca sensación de poder en mi música… y no puedo parar, necesito acabar esa canción. Cierro de nuevo los ojos y consigo que todo me haga sentir aún más viva que antes, he tocado demasiadas veces esa pieza y todavía sigue transmitiéndome lo mismo que el primer día que la escuché, mis dedos siguen deslizándose ciegamente sobre las teclas blancas y negras de ese teclado y no puedo escuchar nada más que los sonidos cálidos que esa hermosa estructura de madera puede provocar… no dudo, cada vez estoy más segura de todo lo que hago, me siento fuerte ante todo, me engrandezco porque albergo en mis manos el poder de hacer sentir a todas y cada una de las personas que me escuchen. Me doy cuenta de que no he desaparecido, de que estoy ahí, de que todos los problemas se evaporan cuando estoy al frente de esa gran obra de arte que es la música… me doy cuenta de que la música me hace sentir demasiadas cosas, tantas que ni siquiera puedo describir… de que me consuela cuando estoy triste, de que me hace llorar cuando quiero hacerlo pero no puedo, de que me hace sentir grande pero a la vez pequeña… de pronto paro, la canción se termina. Cierro la tapa del piano y vuelvo a mi habitación con una sonrisa y brillos en la mejilla haciendo saber que he llorado. Cierro la puerta, me tumbo en la cama y me pongo los auriculares. Y de nuevo una presentimiento me dice que todo va a salir bien…
Llevo tocando el piano desde los tres años, supongo que cuando tenía esa edad apenas hacía nada, sin embargo comencé por esa época… crecí entre música, mi madre se pasaba el día cantando al igual que mi tío y yo empecé a darme cuenta de que al igual que ellos dos, tenía un don, ese don era el de la música. Recuerdo que cuando era pequeña me daba demasiada vergüenza cantar delante de cualquiera, solo lo hacía delante de mi hermana. Pasó el tiempo y mi tío empezó a tocar la guitarra, para ese entonces yo tendría ocho o nueve añitos, puede que incluso más, nunca había cantado delante de alguien que no fuera mi hermana, sin embargo una tarde me colé en su habitación para poder escucharlo con claridad y me decidí a comenzar a cantar, mi voz dulce se intercalaba con la suya, un poco más grave, creando un contraste de lo más hermoso. Mi tío me miró sorprendido, jamás me había escuchado cantar. Empezó a tocar otra canción, yo lo seguí, pero aunque la vergüenza era enorme, no quería parar. Aprendimos juntos demasiadas cosas y desde esa primera toma de contacto frente a ese algo que nos unía, nos hicimos inseparables, él, la música y yo…
Seguí cantando, él seguía tocando la guitarra, yo el piano y cada vez se hacían más frecuentes las incursiones en su habitación para poder cantar a su lado. Siempre bajábamos las persianas para que la habitación quedara en penumbras, no me gustaba que se me viera la cara, supongo que era demasiado tímida…
De repente un día, sin saber por qué, comencé a cantar delante de mi familia, ellos decían que tenía la música en la sangre, y lo cierto es que es verdad… la música me da la vida por completo, me hace sentir invencible. Sueño y pienso gracias a ella. Es más, diré que los paseos sin música son completamente ridículos y absurdos. De vez en cuando, me gusta salir a pasear, sola por el campo o incluso por la ciudad sin nada más que mis auriculares y mi música favorita en el teléfono… me eclipsa viajar a épocas antiguas o lejanas gracias a eso que ahora está a la orden del día para todo el mundo. Escuchar música es una moda, pero yo no puedo vivir sin ella, moriría si ella muriera, porque amo todos y cada uno de los sonidos que dan pie a crear ese arte tan maravilloso que llamamos música…
Y un día sin motivo aparente, comencé a componer, a ponerle música a mis poemas, a mis escritos… comencé a tocar la guitarra gracias a mi mentor, a mi tío que me enseñó absolutamente todo lo que sé y sí, apenas había aprendido tres acordes cuando empecé a improvisar posibles melodías sobre versos entonados al aire en un momento de tristeza o alegría. Porque daba igual, porque con el paso del tiempo he aprendido que todos y cada uno de los sentimientos son hermosos por sí mismos y he aprendido que la tristeza es la ausencia de alegría, no es el fin del mundo… y los sentimientos son arte, los mires por dónde los mires, son un beso, un abrazo, una caricia, un desprecio, cinco minutos de retraso, son señales, son arte, son arte.
Siento como vibran las cuerdas de la guitarra al pasar mi mano y escucho emocionada el sonido que producen mis dedos sobre ellas. Canto, sin más; miles de mariposas cruzan mi estómago a la velocidad de la luz, me siento poderosa y esta vez, me siento gigante. Entono la primera melodía que se me viene a la cabeza, esa que hila perfectamente los acordes sonantes en mi acompañamiento a guitarra. Puede que no contara nada coherente aquella vez, puede que nada o puede que demasiado. Se reflejó todo aquello que guardaba silenciosa en mi alma, me hizo emocionarme, me hizo sentir de nuevo… y no eran simples versos cantados al tuntún por una niña de doce años, no, no era solo eso, si así hubiera sido, no habría transmitido lo que transmitió…
Pasó el tiempo y yo seguía creciendo a pasos agigantados, me hice adolescente en menos tiempo del esperado, a los trece años, ya tenía más madurez que cualquiera de los niños de mi clase. A esa edad, me había convertido en escritora, no cualificada y con estudios superiores sobre lengua española y literatura pero sí, había comenzado a ser quien yo quería ser. Empecé a decidir mi vida, supe cómo quería ser y empecé a escribir, mucho más que los años previos. Me conocí a mí misma, me abrí a los demás y a la vez me cerré ante miradas indiscretas. Fui yo misma como pocas veces había sido en mi vida. Y seguí con mi música, seguí brillando en un mundo que pocas personas conocían.
De nuevo volvió a pasar el tiempo y llegó un año especial, ese año sí que escribí, demasiadas cartas hipotéticas escritas de formas maravillosas, mágicas y con cierto toque estrafalario en algunas ocasiones, pero me salían del alma. Comencé tres novelas, una de ellas la terminé y aún dos están inacabadas esperando un final. Escribí mi primera canción, una de las tres o cuatro que he terminado de escribir recientemente, una canción dedicada a las personas que no se sentían a gusto en una sociedad como la nuestra, a esas personas sinceras que vivían atrapadas en un mundo de mentirosos, a esas personas soñadoras encerradas en un mundo de pensadores… a personas inconformistas que querían vivir su vida, sin más, soñando en grande, siendo ellas mismas… pero, queridos lectores, nuestro mundo es demasiado cruel como para ser justos con las personas que ansían libertad y felicidad… aunque, ¿sabéis la parte positiva de esto? Mi canción llegó, a un pueblo entero, debido a un concurso al que inconscientemente nos apuntamos mi tío y yo… no salimos vencedores ni mucho menos, pero puedo asegurar que conseguí lo que más deseaba en el mundo. Vencí mi miedo, conseguí cantar delante de un público junto a una de las personas que más quiero en este mundo y crecí como persona, como artista. Y gracias a eso ahora soy alguien nueva. Ahora soy una persona que vive para soñar, que sueña para vivir, soy una persona tierna si la conoces, soy un niña que ama jugar con cosas de mayores, soy una persona que ama ser como es, una persona ambigua pero a la vez clara y concisa en cuanto a sus pensamientos, una persona sentimental, demasiado romántica e idílica. Pero, ¿sabéis? Amo ser así, porque todo esto y muchas cosas más tanto buenas como malas, es lo que me define como persona y es lo que me hace diferente. Y esto se debe a mi música, a mi pasión, a lo que verdaderamente me hace feliz. Y por último diré, aunque puede que suene egocéntrico, que me gusta describirme con las siguientes dos palabras: “Soy Música”.