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Ser madre y trabajar fuera de casa, todo un desafío

Ser madre y trabajar fuera de casa es un desafío personal y a toda una sociedad que te mira, te juzga, te aconseja, se asusta y te machaca con preguntas incómodas que ni quieres ni tienes por qué responder. Esto último lo he aprendido tarde, pero os cuento cómo.

Todo empezó un 10 de junio de 2017, momento en el que me convertí en la mamá de una preciosa niña llamada Leyre, en ese momento comencé a ser mamá primeriza, algo que todo el mundo te recuerda de forma despectiva,  o así me lo tomaba yo, constantemente con comentarios como “Eso porque eres madre primeriza, con el segundo se te quitan esas tonterías”. Ser madre primeriza y no mandar a paseo a alguien, por mandarla a un sitio bonito, ya es todo un reto diario. Todo el mundo parece haber tenido niños mejores que el tuyo, parecen haberse equivocado menos veces que tú e, incluso, saben más que cualquier pediatra, enfermera, psicólogo o maestro. Todo el mundo tiene derecho a opinar sobre tus decisiones en la crianza y educación del bebé.

Por suerte, mi hija dormía toda la noche, comía bien, cogía bien el pecho y no se puso mala en los primeros meses, lo que nos hizo mucho más fácil ese periodo de adaptación que es hermoso, pero reconozco que si al bebé le da por llorar puede ser muy difícil. El problema comenzó cuando se acercó la fecha para volver al trabajo, momento en el que tuvimos que buscar guardería y “justificar” ante todos la razón por la que con cinco meses mi hija tenía que pasar unas horas lejos de sus mamás ¿Cómo podríamos soportarlo? ¿Era necesario ese dinero? ¿Nos compensaba? Eran preguntas que la gente nos hacía, incómodas pero las hacían y las hacen. En ese momento me di cuenta que si un hombre tiene que ausentarse de su casa para ir a trabajar está bien visto, incluso se le califica de héroe (que no digo que no lo sea), pero si lo hace una madre todo cambia, no es una heroína, sino que es una mujer que deja a su hijo a un lado.

Debo añadir que soy profesora interina, con lo que viajo más que un vendedor de turrones y así tiene que ser hasta que un día consiga consolidar esta situación en un lugar cerca de casa y de la familia. El primer destino después de nacer Leyre fue a cinco minutos andando desde mi casa. ¡Qué alegría! Yo lo contaba con muchísima alegría, porque dormiría todos los días en casa y disfrutaría de sus primeros momentos, pero mi alegría se truncaba cuando la gente hacía sus valoraciones sobre esas poquitas horas que no la tenía conmigo. Después me mandaron a 250 kilómetros de mi casa, y ahí todo se complicó, tuve que empezar a despedirme de mi hija de lunes a viernes, pues una de las dos mamás tenía que pasar esos días sin ella, la niña no podía estar en dos sitios a la vez y tampoco considerábamos justo para ella estar todas las semanas en la carretera, fue una decisión de una familia pensando en lo mejor para la pequeña. Nadie puede imaginar las lágrimas que echa una madre cuando llega la noche y no tiene a su retoño cerca, pensaba que no aguantaría, pero mi pareja me hacía videollamadas constantes para animarme y darme fuerzas, me mandaba fotografías de cada momento y audios de sus primeros ruiditos, que nosotros interpretábamos como primeras palabras. ¡Qué momentos más duros! No le deseo a nadie ver los primeros pasos a través de una pantalla, cuando tu deseo es cogerla y abrazarla, cuando sabes que no puedes llorar, tienes que mantenerte fuerte porque no eres la única que sufre esta separación.

En definitiva, esta situación que describo tan brevemente la padecen todas las mujeres que deciden ser madres sin renunciar a trabajar, sin renunciar a ser profesoras, doctoras, enfermeras… eso que eran antes de engendrar un bebé y que no tienen por qué dejar de serlo, a menos que ellas así lo deseen. Son ellas las que tienen que elegir qué quieren ser y la soledad debería tener dos opciones: O ayudar o, al menos, no molestar. Aprovecho la ocasión, también, para dar visibilidad a una situación que viven muchas mujeres que trabajan para la Junta de forma interina y que también son madres, que tienen que pasar días sin ver a sus hijos y llorar lejos de casa, porque es el precio que nos piden para cumplir un sueño, para tener esos ansiados puntos de experiencia que nos dan la estabilidad soñada, mujeres a las que la sociedad pone en aprietos con incómodas preguntas y con comentarios innecesarios. Todo un desafío, uno más a los que la mujer tiene que enfrentarse, pero lo hará con la cabeza alta como lo ha hecho tantas ocasiones.

 

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Sobre el autor

Soy una joven extremeña, natural de Zahinos, un pueblo al sur de Badajoz, poblado por gente humilde y trabajadora del campo, aunque también hay otros sectores. Fue en mi pueblo donde fui al colegio y, más tarde, a la localidad vecina de Oliva de la Frontera, donde fui al instituto tanto para la Educación Secundaria como para el el Bachillerato. A los 18 años fui a Cáceres para estudiar en la Universidad, y ahí estuve siete años, que como todo el que ha estudiado fuera sabe, fueron los mejores años de mi vida. Allí aproveché bien el tiempo, pues terminé la Licenciatura de Filología Hispánica (2012), la Licenciatura de Teoría de la Literatura y Literaturas Comparadas (2013) y el Máster Universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria con Especialidad en Lengua y Literatura (2014). Al año siguiente me mudé a Huelva, me casé y empecé a prepararme oposiciones, cosa que no dejaré de hacer hasta conseguir mi ansiada plaza y poder trabajar para siempre en un centro de secundaria. Por el momento, me conformo con la vida actual que tengo, disfruto de la familia que he formado junto a mi pareja y mi hija y saboreo, también, las pequeñas oportunidades laborales que el sistema me permite, habiendo trabajado como profesora ya en dos centros en Madrid y uno aquí en Huelva, la ciudad donde vivo.


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