Desde la famosa cita de Groucho Marx: “Sólo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo. Si responde sí, ya sabemos que es un corrupto”; hasta aquella de Gandhi en la que negaba la compatibilidad de la honestidad con el manejo de una fortuna. La historia de esta sociedad se construyó sobre unos pilares, de diferente importancia y aceptación, sobre los que, preocupantemente, es difícil concebirla.
A estas alturas de la lectura se estarán preguntando por el titular de este breve escrito. La conexión es bien sencilla. Pocas cosas hay en este mundo que generen más controversia y angustia, en menor proporción, que elegir ropa y, sobre todo, zapatos. ¿Por qué? El respeto es el mayor culpable. Cuántas veces habremos dudado sobre qué modelo escoger, pensando, en ocasiones, en la opinión general que causarán antes que en nosotros. Estamos acostumbrados a ello. Si alguien no está de acuerdo con algo de nosotros, lo dice. Incluso se podría entender como algo positivo, que dependa de la sinceridad. Pero, cuando se normaliza algo en una sociedad, que no debería serlo, aparecen los problemas invisibles.
Quizás sean mis jóvenes ojos, que me engañan y me nublan una visión objetiva. Pero un servidor no ve más allá. La falta de respeto, en muchos más casos de lo deseado, es uno de esos cimientos de nuestro país, sin él cual nos cuesta imaginarlo, pero preocupa.
Hoy en día, en plenos progresos de cambio y evolución, es inaceptable que falte el respeto, en situaciones tan insospechadas como el mundo del deporte, y del fútbol en especial, la manera de vestir o gustos. No obstante, la situación tuerce por malos caminos, como se ha mencionado antes, cuando se normaliza. Entonces es cuando surgen las faltas de respeto sobre temas delicados como la orientación sexual, que, al final, desembocan en una cultura sexual poco deseable. Creo que todos saben ya sobre lo que estoy hablando. O, sin buscar mucho, así surgen todos los problemas como el bullying, que tantos niños sufren y que tan sencilla solución tiene. Respeto.
Y, una vez más, volvemos al punto madre de todos los conflictos. Lo descubrimos, lo analizamos y lo sufrimos en silencio. Pero esto no debería ser así.
Cambien.
Reflexionen.
Porque no hay nada peor en este mundo que la carencia de principios. Y más cuando es injustificada. Es decir, siempre.