¡Qué rápido pasa el tiempo! Seguro que más de una vez hemos hecho alusión a este enunciado, y seguro que tú que estás leyendo te lo has planteado alguna vez. Hoy quiero hablar de cómo se nos pasa la vida casi sin darnos cuenta, sin darnos un respiro, y solamente cuando echamos el freno y cogemos aire, somos un poco más conscientes de esto.
Cuando somos pequeños parece el tiempo pasa muy despacio, un curso académico nos parece una eternidad, de hecho, los niños utilizan el curso escolar como unidad de medida para el tiempo. “Hace tres cursos que conozco a mi amigo Luis, es mi amigo de toda la vida” escuché decir el otro día a un niño en el parque y me hizo reflexionar sobre como cambia la percepción del paso del tiempo a lo largo de la vida.
En la adolescencia aún es más lento, porque hay una meta, queremos llegar a los 18, la edad en la que parece que todo va a cambiar: vamos a poder entrar en todas las discotecas, vamos a viajar, en nuestras carteras va a manar el dinero, nos brotarán las aventuras y jamás podrán nuestros padres decirnos un “no”, porque pensábamos que ser mayores de edad sería ser como papá y mamá pero mucho mejor, más divertidos, más acertados…
¡Qué ilusos éramos!. No sabíamos que ese sería el principio del final, a partir de los 18, los años empezaron a pasar a una velocidad que ni el tren, ni el avión, ni el sonido, ni la luz… nada parece que pueda igualar la velocidad que cogió ahí el tiempo. A partir de esa edad llegan los dorados años universitarios, los primeros trabajos, los primeros amores serios… todo pasa muy rápido, hasta que un día te levantas con una casa propia, con un trabajo, una pareja y un hijo, ¿Penaba yo que ya no podía ir el tiempo más rápido? ¿pensaba que no podía acelerar más de lo que lo había hecho? Ahora es cuando pasa rápido, ahora miras a tu hijo y ves lo que ha crecido, ves los cambios y ahora, por fin, es cuando eres consciente de que el tiempo ha pasado, que sigue pasando y que no para ni para saludar. Sé que no he descubierto nada nuevo, y no quiero ni pretendo obsesionarme con el paso del tiempo, no quiero pensar como Quevedo y no quiero verlo como algo negativo, todo lo contrario.
El tiempo es finito, por ello hay que aprovecharlo, hay que saber vivir la vida, que no es sólo respirar lo que hace que estemos vivos, que no son los latidos del corazón los único que certifican la vida, que no es sobrevivir, que no es tener mucho. La clave es no necesitar más de lo que se tiene, y para conseguir eso hay que saber emplear muy bien el tiempo y saber jugar con sus cambios de ritmo.