Soy profesora de Lengua y Literatura, siempre quise ser docente (hasta cuando no sabía qué significaba esa palabra), siempre quise enseñar cosas a los demás y, por supuesto, tener algo que enseñar. Para ello, trabajé duro y me formé estudiando, en mi caso, dos licenciaturas y un máster. Después vino el tiempo extraño, ese que pasa desde que acabas tus estudios hasta que empiezas a trabajar, un tiempo en el que me puse a estudiar las odiadas oposiciones. Por suerte, me han tocado buenos tiempos y ya desde la primera oposición he tenido la oportunidad de trabajar de forma intermitente en este trabajo que considero mi sueño, otros compañeros tuvieron que esperar años para empezar porque la crisis hizo que no se sacaran plazas o que no se contratasen a los docentes que hacían falta, “se las arreglaban como podían”.
En los últimos días ha vuelto a salir en los informativos el tema de la educación, siempre tan presente en el discurso de los políticos. Otra vez quieren cambiar la legislación, otra vez quieren volver locos al profesorado, a los padres y a los alumnos con nuevos nombres, nuevas vías y nuevas noticias. La mejor noticia de todas (eso pensarán los alumnos) es que ya será posible titular en Bachillerato con una asignatura suspensa. Esto ya se hacía, no es ninguna novedad, cuando un alumno aprobaba todo menos una asignatura en la que mostraba trabajo y esfuerzo pero no podía con ella, el profesorado solía levantar un poco la mano. ¿Dónde está el problema ahora? ¿Por qué tanto revuelo? Pues muy fácil, el problema está en que el alumno ahora lo sabe, en que el alumno ahora puede decidir dejar la asignatura que no le gusta porque sabe que eso no le traerá repercusiones. Y lo que yo ya me estoy temiendo es que la mano que antes se levantaba con una asignatura, ahora se hará con dos. Con esto tendremos a alumnos en la universidad que no adquirieron los conocimientos de dos asignaturas, lo que nos llevará a fracasos en estudios superiores o el propio título de Bachillerato, con el que antes se presuponía una cultura general adquirida, ahora perderá tal valor. Que hay que cambiar muchos puntos de nuestra Educación es cierto, pero que para ello se debe contar con la ayuda de más docentes y menos ministros, también.
La Educación en España es como la carta comodín de cualquier baraja, todo el que llega al gobierno la usa a su antojo para conseguir sus metas, ya sean unos votos más o una portada de periódico diciendo que el Gobierno se preocupa por la Educación. ¿Pero quién se preocupa realmente por el alumnado? A esta pregunta mi respuesta es firme: LOS PROFESORES. Perdonad mi mayúscula, pero quiero que quede bien claro, son los maestros y profesores (no quiero dejar atrás a mis colegas de Primaria que son los que ponen los cimientos que nosotros continuamos), son ellos los que cada vez que la ley cambia (cada vez que cambia el gobierno) se la estudian, la interpretan e intentan ajustarla a las necesidades reales de los alumnos. El currículo dice que un alumno debe tener unas competencias clave (antes se llamaban básicas, veremos a ver cómo se llaman en unos años) y unos contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales; que es lo mismo que se ha hecho siempre, pero ahora le ponemos nombres que los padres no entienden porque, en muchas ocasiones, a los profesores nos cuesta interpretar. Y eso es lo que cambian, los nombres, las vías y la dificultad; porque bajando la dificultad, maquillan los resultados en educación. Los políticos quieren que los periódicos digan “menos suspensos”, cuando los suspensos o aprobados son números, lo que debemos medir es la preparación de los alumnos y su capacidad para enfrentarse a la vida que les espera fuera de las aulas.
Por esto tampoco entiendo a los padres que vienen a reclamar el aprobado para su hijo, como madre y profesora no lo entiendo, pero de eso hablaríamos otro día.
Si quieren mejorar la Educación, lo primero que deben hacer es bajar el número de alumnos en las clases, que no supere nunca los veinte, para que el docente pueda darle una mejor atención personalizada. No hace falta cambiar más nombres, hace falta cambiar los números: más profesores en los centros, ratios más bajas y más respeto y valor al maestro o profesor, pues ya escribió Galdós en 1881 al comenzar La Desheredada “convendría dedicar estas páginas […] a los que son o deben ser verdaderos médicos: a los maestros de escuela”