Hace un año y medio llegó a mi vida una persona en tamaño diminuto pero llegó con tanta fuerza que en un momento lo arrasó todo, arrasó las tardes tranquilas de sofá, se llevó las noches de fiesta, exterminó las mañanas de levantarme tarde, logró que olvidara qué era eso de coger cuatro cosas y salir por las puertas y en un momento me di cuenta que aquellos ojos que me miraban muy atentos, como si me conocieran de toda la vida, como si hubieran estado esperando décadas para este momento; me estaban marcando un antes y un después, el fin y el inicio de algo nuevo: ME HABÍA CONVERTIDO EN MADRE. Y lo pongo con mayúscula porque la ocasión lo merece, porque no hay palabras que puedan expresar la cantidad de cambios que esto conlleva, por mucho que nos lo cuenten no podemos llegar a imaginarlo. ¿Esto quiere decir que esté arrepentida? No, no puedo estar arrepentida porque ella, que es una preciosa niña que se llama Leyre, me ha enseñado otra manera de vivir, otra manera de ver las cosas, otra forma de mirar el día y otra forma de querer.
La persona que no lo experimenta “en sus propias carnes” pueden creer que exageramos, o que la vida con niños es muy aburrida ¿por qué pasa esto? La respuesta es fácil, porque confunden la rutina, la cual es necesaria y obligatoria para la vida diaria de un niño, con el aburrimiento. La rutina te obliga a levantarte a una hora concreta, bastante más temprano que si no tuviéramos niños, pues la cantidad de pequeñas cosas que hay que hacer antes de salir de casa puede robarte la mañana entera y obligarte a llegar tarde a los sitios. Y ¡ojo! No piense nadie que levantarse con mucho tiempo te puede asegurar no llegar tarde, pues el día que crees, solo crees, que te sobran unos minutos, olerás un olor que te cambiará la cara y te darás cuenta que el bebé necesita un cambio de pañal, o un cambio de ropa, o directamente, un baño. Además, esa rutina te marca tus comidas, se acabó eso de comer cuando tengas hambre, ahora comemos a la misma hora todos los días, al menos el niño y pobre de mí y de toda madre como un día se nos pase la hora ¡qué manera de llorar! ¿Y la siesta? esa ya llevará un retraso y, por consiguiente, o se duerme el niño comiendo y se queda sin comer con todo lo que eso nos puede acarrear, o ya no hay siesta, y si el niño no descansa tampoco descansamos nosotros, y digo nosotros porque en casa no descansa ni la flamenca que tenemos encima de la tele. ¡Ah! ¡Casi lo olvido! Cabe otra posibilidad, que coma tarde, no quiera dormir a su hora porque se espabile y los ojitos se quieran cerrar a las siete o las ocho de la tarde, si pasa eso no pierdas el tiempo bebiendo descafeinado, pídete uno solo y doble, bien cargado… la noche será épica.
¿Y la limpieza de la casa? ¿Qué es eso? ¿Y el orden? Pues respondo: limpieza lo que se puede, con niños en casa intentamos, de verdad que lo intentamos pero es que este ser pequeñito ensucia todo con más rapidez de la que mis manos limpian. No obstante, intento limpiar cuando duerme, cuando está alguien en casa que me la vigile o cuando la abuela viene y se la lleva de paseo ¡bendito ratito!. En cuanto al orden… yo no sé en el resto de casas, en la mía nos hemos resignado, el orden lo marca mi hija. Sí, mi hija es la decoradora de interiores perfecta, o al menos yo dejo su orden que es juguetes en el sofá, juguetes en las sillas, juguetes en la mesa, juguetes en las estanterías, juguetes en el suelo, juguetes entre las ollas de la cocina, juguetes entre las sábanas y ¡casi lo olvido! Juguetes dentro de la lavadora, sí, has leído bien, dentro de la lavadora hay muñecas y cochecitos ¿cual es el sentido? No lo tengo muy claro, pero se lo respeto, me he resignado y lo veo normal y hasta decorativo. ¿Y sabéis por qué pasa esto? Porque mi hija, y me alivia oír a otros padres contar lo mismo, solo juega con los juguetes cuando los he ordenado yo, que parece que en su cabeza los he desordenado, los reparte por la casa y se acabó el juego, a partir de ese momento juega con todo lo que no sea juguete, y cuanto más peligro tenga más le llama la atención. Con todo esto, podéis entender que la limpieza en mi casa se reduc
e a invertir la mitad del tiempo en quitar “tiestos” del medio y el resto pues… lo que da tiempo: aspiradora, polvo y no siempre, fregona cuando el suelo lo pide y no me pidáis mucho más, porque suena el timbre, y se ha pasado ese ratito que prometía ser “lo más de lo más”, los abuelos ya traen a mi niña, me la como a besos y acto seguido “ordena” todo de nuevo, ¡Qué divertido es tirar juguetes y libros por toda la casa limpita!
Y volviendo al título, ¿Quién enseña a quién? Yo a mi hija la educo e imagino que algo aprende de sus mamis, pero ella me ha enseña tanto… en tan solo un año y medio he aprendido a apreciar el valor de irme a la cama, el valor del silencio, el valor de un baño calentito, el valor de la solidad, el valor del orden y también del desorden… En tan solo un año y medio he descubierto lo que sana un abrazo, lo que cura un besito y lo que es sentir caer las lágrimas ante un “ mami tero” ( mami te quiero) a la vez que te abraza, te besan y te demuestran ese amor incondicional del que hemos oído tantísimo hablar.
Con toda esta reflexión, donde he dejado mis pensamientos fluir mientras se entrelazaban con los sentimientos, no he querido decir que un hijo quita ni que un hijo da; sino que un hijo cambia, lo cambia todo, pone tu mundo patas arriba pero luego todo se ordena con un orden nuevo, con un sentido diferente, con una jerarquización de prioridad lejana a aquella que teníamos. Este cambio a veces cuesta aceptarlo y en muchas ocasiones nos hace cuestionarnos muchas cosas, no somos malos padres por eso, solo somos padres ¡y qué poco sentido tiene este último adverbio! ¡solo padres! ¡como si fuera poco! Soy y seré para siempre responsable de la vida de alguien, tengo sobre mis hombros el futuro de esta personita, a la que sólo le deseo que sea feliz el resto de su vida, pues desde que nació y me miró supe que mi felicidad estaría subordinada a la suya, que sus sonrisas serían las mías y sus lágrimas las que me roben el sueño.