«Ten mucho cuidado al volver», «pide que te acompañe alguien», «vigila lo que bebes y dime algo cuando llegues». Los mismos tres mensajes de siempre en el móvil, te los sabes de memoria, seguro que tu madre simplemente los copia y los vuelve a repetir una y otra vez cada semana. En fin, es una madre, tiene que ejercer su oficio, ¿no? Te sientes muy segura, «esas cosas solo pasan en ciudades grandes, aquí conozco a todo el mundo». Aquí conozco a todo el mundo… tras una noche frenética en la que ninguna de tus amigas te ha podido seguir el ritmo decides que ya es hora de volver a casa, aún no ha amanecido. Recuerdas las repetitivas palabras de tu madre, pero «¿a quién le voy a pedir que me acompañe si me he quedado la última?», enfilas el camino a casa por la calle más ancha posible, miras a tu espalda, estás sola; una esquina, otra esquina… doblas la tercera y tu visión se vuelve a negro, sin reacción posible, sin una explicación racional, de una forma muy parecida a como la televisión se había fundido a negro justo antes de que mataran al protagonista en la serie que habías visto por la tarde. A partir de este instante el foco mediático cae sobre ti: «¿por qué iba sola?», «a saber la ropa que llevaría», «hay que ser idiota para ir por ese sitio a esas horas». Pero ¿qué culpa tienes tú? ¿debes acaso sentirte responsable? Tú, que ya lo único que puedes hacer es quedar en una buena postura para la foto del periódico. Enhorabuena, acabas de entrar en la lista más exclusiva del mundo.
Quizás el párrafo que abre este texto pueda parecerle duro o incluso siniestro, sin embargo, no se describe en él nada fuera de la realidad: ese miedo alienante, socialmente asimilado, que inunda las mentes de padres e hijas; ese foco omnipresente sobre las víctimas, culpabilizándolas, haciéndolas responsables mientras se olvida al verdadero culpable, foco que no desaparece siquiera del resto de mujeres que son juzgadas en su vida diaria como si de un Gran Hermano particular se tratase. Esa realidad que sigue alimentando a la gran lacra social que supone el machismo, lacra que —a pesar de la creciente concienciación— no da un paso atrás. En el momento en el que se están escribiendo estas líneas, ya van nueve mujeres asesinadas por violencia machista en lo poco que llevamos de año, según la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, de las cuales ocho no presentaron denuncia previa.
No obstante, el machismo no se limita únicamente a ser causa de tales asesinatos, está presente en el día a día de todas las mujeres, en todos sus actos, en la sociedad en la que viven. Está presente en las parejas, en la ropa que «debes» vestir, en la prostitución, en los mal llamados piropos callejeros, en el conocido como «techo de cristal», en el sistema actual de producción y en un largo etcétera. Es curioso ver cómo incluso algunas mujeres actúan como emisoras del machismo, ya sea por alienación o por el motivo que fuere. La pregunta es: ¿cómo combatirlo?
Sobre la mesa están expuestas diversas soluciones, desde medidas «directas» como la discriminación positiva o las reformas legislativas en materia de violencia de género hasta medidas más «indirectas» como la inclusión del feminismo en las aulas o la formación con perspectiva de género para los integrantes tanto del sistema judicial como del mediático, entre otros.
En unos días volverá a celebrarse el Día Internacional de la Mujer donde se espera repetir la movilización histórica del año pasado, las mujeres salieron en masa a la calle poniendo a España a la vanguardia del feminismo. Con el lema «si nosotras paramos, se para el mundo» demostraron lo que puede conseguir la mitad exacta de la población si así se lo propone.
Yo, como estudiante de Periodismo, tengo el orgullo de pertenecer a la primera promoción de esta carrera en la Universidad de Extremadura. Seremos nosotros —futuros periodistas— los que tendremos un papel clave en la lucha contra el machismo en la sociedad, seremos los encargados de construir cómo llega la realidad a millones de personas, los encargados de concienciar sobre la realidad en la que vivimos y en la que nos toca desenvolvernos. Tenemos que estar a la altura del reto que se nos ha planteado, no podemos quedarnos a medias tintas, debemos mostrar la realidad social tal y como es, debemos poner nuestro granito de arena por mejorarla; como dijo Simone de Beauvoir: «toda opresión crea un estado de guerra», y nosotros —los jóvenes en general y los futuros periodistas más en particular— debemos estar en primera línea, a la altura de la Historia.