El otro día me senté a tomarme un café en una terraza, como el sol ha salido pues parece que el cuerpo pide de vez en cuando salir a tomarte un café con la única compañía de un buen libro, en mi caso me llevé a García Marquez, tenía intención de leer unos capítulos mientras tomaba mi café y disfrutaba de los primeros rayos de sol que nos regala el mes de marzo. No pude leer tranquila y la razón de que no pudiera el tema y la propia razón de estas palabras que he decidido escribir.
Cuando llegué a la terraza no había nadie, pero al poco de que me pusieran el café en la mesa, se sentaron tres mujeres, con sus cuatro niños; unos niños buenísimos (según ellas) y aunque intenté no atender a su conversación… ¡imposible! No me molestaba sus tonos, ni sus niños corriendo por toda la terraza como si aquello fuese Parque Jurásico, ni el humo de sus cigarros, ni sus risas repentinas; esas son cosas a las que uno se expone cuando decide ir a leer a un lugar público. Acepto que podrían haberse sentado un poco más lejos, que cambiarme de mesa hubiera estado feo por mi parte, pero ya he dicho que son situaciones a las que uno se expone. ¿Sabéis qué fue lo que no me dejó centrarme en mi libro? El tema de su conversación ¡No podía creerlo! Estaban poniendo verde a las maestras de sus hijos, a las personas a las que les confían la educación de sus hijos, unas personas que han estudiado y se han formado para un trabajo que es totalmente vocacional y, pese a lo que se pueda imaginar, peor pagado de lo que muchos creen.
“La de matemáticas me ha suspendido a mi Javi, no se lo cree ni ella, mañana mismo voy a hablar con la directora porque mi niño dice que le ha cogido manía” Decía una madre y se quedaba tan pancha, delante de su hijo, quitándole por completo la autoridad a la docente. Y yo, sorprendida, haciendo fuerzas para no hablar, pensé en el mal que le hacía a su hijo con esta actitud. Al margen de quién tenga la razón, nuestros hijos siempre intentan transformar la realidad, pero lo que hay que hacer siempre es, en primer lugar, enterarse bien de los hechos, para lo que nada mejor como pedir una tutoría con la profesora en concreto, en su caso la de matemáticas y en caso de discrepar en alguna cuestión, que es posible puesto que somos humanos, hablar o hacérselo saber a ella, que hablando se entiende la gente y, aunque sigamos pensando que la profesora no tiene razón, jamás de los jamases, como diría un amigo mío, se debe hablar mal del docente delante del niño, pues al hacerlo le habremos quitado al profesor todas las herramientas para poder conducir y enseñar a nuestro hijo.
Pese a lo que algunas madres piensan, los profesores solo queremos el bien de nuestros alumnos, sufrimos muchísimo cuando vemos a un alumno que trabaja y no consigue llegar a los objetivos marcados. Nos cuesta suspender, es la verdad. Cuando una madre viene y me dice que por favor apruebe a su niño que él estudia mucho y que un cuatro es casi un cinco intento explicarle a esa madre las razones del suspenso, intento mostrarle las carencias que lo han llevado al suspenso y la forma de superarlas… Pero qué pocas me escuchan cuando intento quitarle valor al numerito, cuando intento decirles que lo importante es lo que el niño sabe hacer y lo que no, que si lo apruebo solamente le enseñaré que en la vida hay atajos muy prácticos y que sin trabajar se obtienen los mismos resultados que trabajando.
La única forma de que los niños y los adolescentes adquieran una educación de calidad, ya que nuestros políticos no se ponen de acuerdo, es que padres y docentes remen juntos en una misma dirección; que en casa se empiece con una educación en valores que se continúe en la escuela y se refuerce en el instituto; que en los centros se impartan unos contenidos que los padres no cuestionen, sino que aporten a sus hijos la ayuda necesaria para asumirlos, en la gran mayoría de las ocasiones basta con ofrecer al niño un lugar apto para el estudio y unos hábitos con horarios rutinarios. Algunos padres se quejan de la dificultad de las actividades porque ellos no pueden ayudar a sus hijos, a lo que yo siempre respondo: “La tarea es para ellos y si no saben hacerla, yo soy quien debe ayudarles”. La mayoría de los alumnos que tienen dificultad buscan la ayuda en un profesor particular, algo que a mí como profesora me facilita muchísimo mis clases, pues pregunto que si hay dudas y parece que nadie las tiene; pero como siempre les hago saber a los profesores y a mis propios alumnos, no todo el mundo puede se puede permitir pagar un buen profesor particular y yo debo responder las dudas una o mil veces si es necesario.
Luego está el tema de “deberes sí/ deberes no”, un tema de actualidad que merece un escrito aparte, escrito que prometo hacer próximamente analizando las razones por las que pienso que el trabajo en casa es necesario, pero aquí me voy ya quedando sin líneas. Solo quiero insistir en que en la mayoría de las ocasiones, damos tiempo en clase para que se hagan las actividades pero, como es de esperar de un grupo de treinta alumnos que llevan cuatro horas metidos en un aula, deciden emplear ese tiempo en hablar entre ellos y, aunque el profesorado actúe en plan “policía” llamando la atención para que trabajen, ellos son los que deciden dejar la actividad para la tarde. Hacer deberes también es estudiar, pues no imagino otra forma de estudiar las matemáticas, por ejemplo.
Como me pasa siempre, me he puesto a divagar sobre un tema y ya han salido otros que trataré en otras ocasiones, solo quería haceros reflexionar, sobre todo si sois madres y tenéis hijos en edad escolar sobre los desafortunados comentarios que se hacen a veces sin pensar sobre las personas que se levantan todos los días para trabajar en la educación de vuestros hijos, que lo hacemos con toda la ilusión y el amor que nos sale, que tenemos una profesión preciosa, pero que se hace mucho más fácil y satisfactoria cuando contamos con la ayuda de los padres, sin vosotros el barco se hunde y sin nosotros no llegará tampoco a buen puerto, rememos juntos en una misma dirección, fijemos juntos los objetivos y unamos nuestras fuerzas. Yo tengo fe en los niños de ahora porque tengo fe en el trabajo que hacen sus padres y en los grandes compañeros que tengo en el mundo de la enseñanza. La educación es el camino, no el objetivo ¡Caminemos!.