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Al cole, mejor sin móvil

Recuerdo una época, la que me tocó vivir, en la que mi maestro no tenía que pedirme que guardara el móvil o amenazarme con un parte si volvía a vérmelo en las manos. Era una época que aunque no es tan lejana en el tiempo, el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación la ha colocado en una época lejana para nuestra memoria. No se trata de luchar contra este desarrollo, ni alejar a los más jóvenes de la era de Internet; pero sí creo que es necesario reglar esta situación en determinados ámbitos, como lo es la educación y los centros educativos.

Los centros educativos ya no pueden mantenerse al margen y en sus R.O.F. (documento que regula la organización y funcionamiento del centro)  suelen hacer alusiones a cómo proceder si el alumnado tiene un teléfono en las manos. Algunos, los más acertados en mi opinión, prohíben la tenencia de estos aparatos, independientemente si están encendidos o apagados; otros, prohíben el uso cosa que deja en el limbo muchas situaciones donde el profesor pierde la potestad o la razón si el niño tiene el teléfono encendido en las manos pero en ese momento no está pulsando un botón; otras ocasiones, las menos, el Reglamento de Organización  y Funcionamiento evita el tema, cosa que me parece una actitud poco responsable pero que puedo llegar a entender si tenemos en cuenta que este tema debería reglarse de forma oficial, al igual que se reglan otros aspectos relativos a la educación y al igual que lo han hecho otros países como Francia. Si existiera una ley firme que dijese “se prohíbe la tenencia por parte de los alumnos en los centros públicos educativos de teléfonos móviles” ahorrarían más de un quebradero de cabeza a profesores, padres y alumnos.

¿Y si el alumno tiene que llamar a casa para informar en su casa de algo? ¿Y si de casa tienen que informar al niño de alguna cuestión importante? Pues fáciles respuestas, las mismas que les doy a mis alumnos: “Si te pones malo o tienes que llamar a casa, se le dice al tutor o al conserje y si te tienen que llamar de casa pues tu madre llama al centro como se ha hecho toda la vida y el conserje, si lo ve necesario, viene y te informa.” ¿Pero qué mal puede hacer un teléfono en manos de un niño? Esa es la pregunta que abre la caja de Pandora, esa es la pregunta que me hicieron el otro día y me lleva a escribir estas palabras y esa es la pregunta donde conteste lo que conteste, siempre me quedaré con la sensación de no haber escrito suficiente, pues comienzo por decir que HACE MÁS MÁL QUE BIEN, pues la competencia digital es una de las competencias clave de las que habla la LOMCE y también era una competencia básica de las que hablaba la LOE, por lo que soy consciente de que un niño debe familiarizarse con el uso de estos aparatos pero también es bueno que tomen leche y no mandamos a los niños con dos botellitas de leche cogidas con un gotero (así me parece a veces que les estamos metiendo el uso de aparatos a los niños de hoy) o también es bueno que lean y no van a todos lados con un libro (ya quisiera yo que así fuera).

Ni tan siquiera veo el problema en que el niño pueda usar el teléfono como forma de escapar de la clase, pues si no usara el teléfono usaría otra cosa para despistarse. El problema lo veo en las múltiples de aplicaciones que tienen estos aparatos, aplicaciones que sin control pueden llegar a ser armas cargadas por el mismísimo diablo. Todo teléfono tiene una cámara tanto de vídeo como de fotos, lo que ha llevado en más de una situación a imágenes inapropiadas sacadas o difundidas dentro del centro educativo (niños pegándole a otro y haciendo gala de este hecho mediante la grabación, niños humillando a otro u obligándolo a hacer cosas que realmente no quiere hacer, niños grabando a otros en el vestuario semidesnudos…). De la misma manera, los niños tienen en sus teléfonos verdaderas galerías de fotos y no todas ellas adecuadas para un niño de tal edad por tener posturas poco adecuadas o vestimentas fuera de lugar en un entorno que se aleje de la privacidad de cada uno, por lo que un teléfono en manos ajenas podría ser una auténtica bomba si un compañero decidiera entrar en la galería y difundir estas imágenes. Todas estas situaciones nos llevarían  a un debate interminable sobre quién tiene la culpa: el que lleva el teléfono, el que difunde las imágenes o el que pasa la imagen que otro le manda. En una paliza, evidentemente, el culpable es el que pega y la imagen puede llegar a ser utilizada como prueba de este delito; pero en el segundo caso, el dilema puede ser mucho mayor.

Por otra parte, el teléfono es utilizado en clase en muchas ocasiones como un ordenador para búsqueda de información, pero esa búsqueda mal dirigida puede llevar al alumno a errores o a lugares de la red poco fiables. Por ello, siempre será mejor utilizar ordenadores que tienen unas limitaciones y que cortan el paso a ciertos lugares como vídeos inadecuados o imágenes poco éticas para unos niños. Tampoco ayudan las redes sociales, que mal gestionadas pueden ayudar a difundir imágenes de menores y todavía no sabemos el alcance espacial y temporal que van a tener. Recordemos el caso de las llamadas por todo Internet “niñas de VOX” donde unas niñas menores de edad salían diciendo ciertos comentarios homófobos, racistas e, incluso, misóginos; puede que el tiempo y la madurez les haga cambiar de parecer y les haga opinar todo lo contrario, pero siempre quedarán marcadas por estas palabras que dijeron cuando eran unas niñas, aunque realmente no supieran lo que estaban diciendo (quiero yo pensar esto, que no sabían lo que decían.)

Por todo esto y más cosas que m guardo para otra ocasión, creo que debería existir una ley a nivel nacional que regule el uso del teléfono en los centro educativos, creo que así en las aulas podríamos centrarnos en lo que realmente importa: la educación.

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Sobre el autor

Soy una joven extremeña, natural de Zahinos, un pueblo al sur de Badajoz, poblado por gente humilde y trabajadora del campo, aunque también hay otros sectores. Fue en mi pueblo donde fui al colegio y, más tarde, a la localidad vecina de Oliva de la Frontera, donde fui al instituto tanto para la Educación Secundaria como para el el Bachillerato. A los 18 años fui a Cáceres para estudiar en la Universidad, y ahí estuve siete años, que como todo el que ha estudiado fuera sabe, fueron los mejores años de mi vida. Allí aproveché bien el tiempo, pues terminé la Licenciatura de Filología Hispánica (2012), la Licenciatura de Teoría de la Literatura y Literaturas Comparadas (2013) y el Máster Universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria con Especialidad en Lengua y Literatura (2014). Al año siguiente me mudé a Huelva, me casé y empecé a prepararme oposiciones, cosa que no dejaré de hacer hasta conseguir mi ansiada plaza y poder trabajar para siempre en un centro de secundaria. Por el momento, me conformo con la vida actual que tengo, disfruto de la familia que he formado junto a mi pareja y mi hija y saboreo, también, las pequeñas oportunidades laborales que el sistema me permite, habiendo trabajado como profesora ya en dos centros en Madrid y uno aquí en Huelva, la ciudad donde vivo.


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