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Dura lex, sed lex

«[…] Fallamos: que debemos condenar y condenamos a José Ángel Prenda Martínez, Ángel Boza Florido, Jesús Escudero Domínguez, Antonio Manuel Guerrero Escudero y Alfonso Jesús Cabezuelo Entrena, como autores responsables en concepto de autores de un delito continuado de violación […] a las penas de 15 años de prisión, a cada uno de ellos, inhabilitación absoluta durante el tiempo de la condena, prohibición de acercamiento a la denunciante durante 20 años, su domicilio, lugar de trabajo o a cualquier otro que sea frecuentado por ella a una distancia inferior a los 500 metros así como la prohibición de comunicación, por cualquier medio de comunicación o medio informático o telemático, contacto escrito, verbal o visual y a 8 años de libertad vigilada; debiendo indemnizar conjunta y solidariamente a la víctima por este delito en 100.000 euros.

Que debemos condenar y condenamos a Antonio Manuel Guerrero Escudero como autor responsable en concepto de autor de un delito de robo con intimidación […] a la pena de 2 años de prisión, con las accesorias legales […]».

Con estas palabras el Tribunal Supremo dictó sentencia firme en la mañana del 21 de junio de 2019 contra los cinco integrantes de «la Manada». El día en el que entra el verano, tres años después de lo sucedido, la Justicia ha dado por sentenciado uno de los casos más polémicos y mediáticos de los últimos años en nuestro país. Lo hace poniéndose —con la Ley en la mano—a la par de la realidad social, que veía claro lo que había sucedido aquella noche en aquel oscuro portal y que se negaba a conformarse con que aquello hubiese sido un simple «abuso»; no lo fue, fue una violación.

Y tras esto, ¿ya hemos acabado? Obviamente no. ¿Qué dudas caben plantearnos ahora? Muchas; como siempre que sucede en las grandes revoluciones sociales. ¿Por qué se sigue poniendo el foco una y otra vez en las víctimas? ¿Por qué se consiente que se investigue posteriormente a las víctimas para comprobar que lo están pasando mal? ¿Por qué se sigue exigiendo una actitud de resistencia heroica de las víctimas como prueba de que no consintieron? ¿Por qué la sociedad percibe una clara distancia entre su realidad y la de los tribunales? ¿Por qué se sigue manteniendo una diferenciación obsoleta entre «abuso» y «agresión sexual»? ¿Por qué hay que esperar a que ocurran hechos dolosos para que el Ejecutivo o el Legislativo tengan la iniciativa de reformar el Código Penal y adaptarlo a la realidad actual? ¿Por qué parece querer invisibilizarse, desde ciertas posiciones, el papel del movimiento feminista en todas estas actuaciones? Y sin el cuál el grado de concienciación actual hubiese sido, simplemente, imposible. ¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?…

Todo este planteamiento de dudas, de preguntas y de posibles soluciones no hacen más que evidenciar que algo se está moviendo en la conciencia colectiva, que las cosas están cambiando, que no nos podemos permitir —como sociedad avanzada que presumimos ser—volver ni tan siquiera la vista atrás hacia tiempos más oscuros. Estas líneas que inauguran el texto ejemplifican este cambio, una sentencia que, si bien solo se limita a juzgar una serie de actuaciones delictivas conforme a derecho, suponen algo más trascendental; son un balón de oxígeno para la sociedad, son una luz que parece aún brillar en lo que el colectivo entendemos que debe ser la Justicia, es una sentencia que, en definitiva, hace y hará historia marcando —esperemos— un antes y un después en esta revolución que estamos viviendo.

Ahora que estos —ya sí— violadores están finalmente condenados tras tres largos años de polémicas y de recursos judiciales es momento de centrar la atención en la víctima. Pero no de un modo inquisitorio, culpabilizador ni ruin, sino de una manera llena de orgullo, de profunda admiración por su constancia, su fuerza y su resistencia en todo este largo proceso. Porque sin su firmeza en querer agotar hasta la última de las herramientas que le da el Estado de Derecho para defender su dignidad esto no hubiese sido posible, porque sin su tesón esta sentencia —que sentará jurisprudencia— no existiría, porque hay más «manadas» sueltas por ahí, cada día, cada hora; porque hay víctimas que no tienen la fuerza para seguir hasta el final porque se las han quitado todas… Por ella y por ellas, mi más sincero homenaje; para que ella no sea la única en ver, en una mañana de un 21 de junio, entrar por fin el verano.

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