Me da bastante miedo que este artículo no capte tu atención.
Me da miedo, porque significaría que no valgo para realizar aquello que me apasiona.
Me da bastante miedo que te llegue en un mal momento, que tengas prisa.
Que no te llegue, que no me leas nunca. O peor, me leas y no te mueva nada.
Me da miedo que te llegue a destiempo. Inconexo. Mal.
Me da miedo, porque quiero trabajar de ello.
De escribir sobre algo que espero te interese y me leas alguna vez, o incluso dos.
Aunque sea de pasada.
Me da miedo que en algún momento en el que leas esto decidas que ya no valgo tu tiempo.
Que ojees esto como quien pasa por un escaparate.
Sin detenerte. Echando un vistazo. Nada.
Si has llegado hasta aquí, puede significar dos cosas.
La primera, que en este galimatías has encontrado algo que llama tu atención. Lo que sea.
La segunda, que te aburres.
Que no pasa nada.
El aburrimiento es a veces inevitable.
Pero el aburrimiento, en ocasiones, tiende a pensar, y hoy en día pensar no es fácil.
Porque no es cómodo. Y todo lo que no es cómodo, lo que requiere nuestro esfuerzo e incluso algo de tiempo, no nos interesa.
No es una lección, no es algo que no se sepa. Es la actualidad y posiblemente el futuro.
Se ha perdido el valor del esfuerzo, del trabajo. Hemos comprado las quejas, los conformismos y algún que otro “da igual”.
Hay que despertar el interés. Hay que velar por la información.
Eso sí. Con matices, como todo.
Pues si presumes de aquello que sabes, no es sabiduría, es marketing.
Vender un producto, una idea.
Venderte a ti mismo a cualquiera que pueda parecerte inferior o simplemente, por inflar el ego.
Por eso nunca he creído a aquellos que relatan su número de lecturas como una hazaña.
Como si por ello hubiese que otorgarles un trofeo.
Soltar datos, mirar por encima del hombro y sonreír.
Publicistas cotidianos. Vendedores ambulantes.
Basta ya.
Hemos adquirido por defecto que todo lo que va más allá de lo meramente cotidiano no tiene relevancia alguna.
Se vende la ilusión a un precio muy bajo.
Somos la generación de los sueños, de la revolución en redes sociales, de la evasión de la autocrítica. De la reiterada crítica.
Sin embargo, no podemos confundir el esfuerzo con capricho. Desear con fuerza, querer con ganas. Simplemente no es suficiente.
Me mueve el inconformismo. Las ganas de trabajar.
El valor del esfuerzo.
Ese que se ha perdido.
Ese que esperemos vuelva.
Ese que, sin duda, es el impulso de aquello que vale la pena.