El 16 de marzo pasaron dos cosas importantes en mi vida: el Gobierno anunció el Estado de Alarma, dando comienzo así a un encierro de tres meses; y me enteré de que estaba embarazada. Lógicamente, la unión “encierro” y “embarazo” no ha sido nada fácil, pero seguimos, que no es poco.
La verdad es que tengo que reconocer que a pesar de todo, no estoy llevando un embarazo malo, no vomito, no me siento extremadamente cansada (más bien lo contrario) ni he tenido que hacer a los médicos más visitas de las programadas. ¿Y por qué digo entonces que no ha sido fácil el binomio “encierro” y “embarazo”? Me explico mejor contando la historia desde el principio.
El día 5 de marzo, con mucha ilusión y muchas ganas, me hice la primera inseminación, por ello suena un poco extraño cuando digo que no esperaba para nada estar embarazada, pero es que … ¿Quién se queda embarazada con la primera inseminación? Desconozco si el dato es mayor o menor, pero con mi primera hija nos costó tres intentos cargados de hormonas, de cambios de humor, de desilusiones y sentimientos frustrados cada vez que venía el período. Solo quién ha pasado por ahí, sabe a lo que me refiero.
Esta vez me había concienciado para todo eso, pero teníamos claro que si no aguantábamos la presión pararíamos, que ya teníamos una hija y esto era, sobre todo, un regalo para ella. También quién tiene un hermano puede comprenderme, un confidente y un compañero de juegos que te acompañará siempre, yo quería regalarle eso a mi hija. Además, sentía deseos de volver a tener ese trocito de vida entre mis brazos, sentir todas esas cosas que siente una madre cuando ve a su hijo por primera vez… aun sueño con ese momentito en el que el bebé te mira y tú lo miras a él, pocas cosas en este mundo tienen esa ternura.
Pues bien, vuelvo al tema que me pierdo y os pierdo a vosotros que me leéis, debería haberme hecho la prueba de embarazo el día 20 de marzo, era el día que tocaba, pero… ¡No aguantaba más! Tenía los pechos hinchados, el Gobierno había decretado un Estado de Alarma, el 17 tenía la defensa de mi TFM por videoconferencia a pesar de haber comprado ya mis billetes para ir a Madrid, en el trabajo nos habían dicho que teníamos que teletrabajar… (otro día contaré como he vivido como profesora este confinamiento) era demasiado y, encima, me sentía como rara, como otra… me intentaba convencer que podían ser las propias hormonas del tratamiento, no quería hacerme ilusiones con el posible embarazo porque la experiencia ya me enseñó hace tres años los batacazos que suponen los días en que descubres que no, que hay que volver a empezar.
Ese lunes, 16 de marzo, tal y como había acordado con mi mujer, me desperté muy temprano. Ella es sanitaria y ha estado yendo al hospital todo el tiempo, teníamos que hacerlo antes. A las siete y cuarto de la mañana estaba yo orinando en ese bote de tapadera azul. Yo vi rápidamente solo una raya, no vi la segunda y me eché a llorar, me metí en la cama y culpé a mi mujer por dejarme hacerme la prueba antes de tiempo. Pero no, al poco tiempo empezó a salir una segunda rayita muy finita que no me dejaba bien saber si era cierto o no, me sembraba una duda. Leía en todos sitios que si había dos rayas eso era positivo, que no existían falsos positivos pero… todo era un poco incierto y mi cabeza estaba aún más confundida que antes. Había que esperar a que llegara el 20 de marzo para repetir la prueba, donde ahora sí salió positivo con los dos palitos bien gorditos.
Los primero que hice ese 20 de marzo fue, tal y como me habían indicado en el hospital, llamar al número de teléfono para que me programaran una cita a las 7 semanas de embarazo con la que confirmar que estaba embarazada y que todo era correcto. Pero aquí descubrí que estábamos en circunstancias muy especiales, que no tendría cita y que debería llamar a mi médico para pedir cita… ¿A qué médico? Los teléfonos estaban colapsados, la apliación colapsada… y en esos primeros días en que limpiábamos todo con lejía varias veces nos daba pánico pisar la calle ¡Cualquiera se arriesgaba a acercarse al centro de salud! Cosa que, además, estaba prohibida. A las dos semanas conseguí una cita telefónica con mi médico de cabecera ¡Qué raro suena todavía eso de “cita telefónica”…! Y ya a partir de ahí todo empezó a ir un poco más rodado, tuve una llamada de la matrona y me llegaron las primeras citas de ginecología, analíticas y demás cosas que toda embarazada necesita conocer.
A día de hoy todo está más normalizado, pero jamás olvidaré esas dos primeras semanas de miedo e incertidumbre, sin saber a quién pedir ayuda, sin saber qué podía tomar para mi dolor de estómago… jamás olvidaré la angustia que pasé en esos días, pues mi confinamiento fue un poco peculiar pero ¿sabéis una cosa? PUEDO CONTARLO, esto todo, una vez pasado es una simple anécdota que supongo que contaré muchas veces, pero no hay pérdidas, no hay víctimas… y así hay que tomarlo, por desgracia, mucha gente perdió bastante más y vivió momentos mucho más traumáticos, nada más.