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Experiencias desde la experiencia

Hacía tiempo que no sentía esa fuerza que me impulsaba a escribir unas líneas contando mis sentimientos. Lo cierto es que mi vida ha sido una locura desde hace un mes. Puedo decir que he cambiado como persona, como amiga, como mujer, incluso, como hija, como hermana. Y en esta época convulsa de mi vida en la que todo está siendo una maravillosa locura… tengo miedo a que ese cambio del que tanto me enorgullezco a menudo, sea una traba para mi vida de antes tal y como la conocía. Muchas veces nos han hablado de la época universitaria. A menudo nos dicen que es la mejor etapa de nuestras vidas, en otras ocasiones nos hablan de un sufrimiento inimaginable a la hora de preparar los exámenes finales, pero en lo que creo que coinciden todas las personas que han experimentado su propia época universitaria es en que es un momento de cambios. Los seres humanos cambiamos mucho a lo largo de nuestra vida, de hecho, cada día somos una persona distinta, o mejor, una versión distinta de nosotros mismos. Y cuando nos remontamos a quince años atrás, nos damos cuenta de lo muchísimo que hemos cambiado.

La sensación de separarme de mi familia, el siete de septiembre de este año tan extraño, fue una de las más desalentadoras que he experimentado en mi vida… pero una vez que me senté en la cama de la habitación que iba a ser mía durante el resto del curso y me desahogué durante unos minutos, me di cuenta de que ese sentimiento era necesario. Creo que es normal llorar cuando te despides de las personas con las que llevas conviviendo toda la vida, cuando te das cuenta de que ya no van a estar tan cerca como para solucionar cualquier contratiempo que te acontezca, cuando te das cuenta de que vas a estar sola ante un mundo totalmente diferente a lo que conocías. Pero supongo que cuando te encuentras ante una situación desesperada, solo tienes dos opciones: correr o enfrentarla. Yo decidí enfrentar mi miedo de la mejor manera que pude. Una vez escuché que no es valiente aquel que no tiene miedo, sino aquel que se enfrenta al mismo. Todo el mundo tiene miedo a empezar, a emprender un camino de incertidumbre y de dudas por doquier, pero algo solamente es nuevo cuando lo experimentas por primera vez, después es siempre lo mismo.

Vi el coche blanco de mis padres alejándose rápidamente mientras sus manos decían adiós al aire por las ventanillas, recuerdo la sensación de vacío al quedarme sola en la cuesta de la calle en la que se encontraba mi residencia, no podía moverme, de hecho, apenas podía respirar. Pero como ya he dicho antes, me sirvieron unas pocas lágrimas para apaciguar mi alma y calmar el ritmo de mi corazón que latía desbocado.

Lo que más miedo me daba cuando llegué a la residencia universitaria que iba a ser mi casa, era quedarme sola, quiero creer que es un miedo totalmente normal, pues, como ya he dicho, no es fácil llegar a un sitio nuevo. Pero, ¿sabéis una cosa? A medida que mis compañeros de residencia fueron llegando, me di cuenta de que, por muy diferentes que fuéramos todos, había una única cosa que todos teníamos en común: el miedo a la soledad. Es por eso que nunca íbamos a estar solos, pues nos aferrábamos los unos a los otros para que esto no pasara. La primera persona que llegó a mi residencia, que no es residencia de estudiantes como tal, sino que es una pequeña casa con quince habitaciones para gente universitaria, fue un chico de diecinueve años que iba a estudiar Derecho. El primer día que lo conocí, se lanzó a hablar conmigo como jamás pensé que nadie lo iba a hacer; me trató como si lleváramos toda la vida siendo amigos, como si me conociera desde siempre. Y esto, lejos de agobiarme o asustarme, me liberó, me hizo darme cuenta de que, a partir de ese momento, nunca jamás iba a estar sola. A día de hoy, a pesar de que solo ha pasado un mes, siento, esta vez yo, que llevamos siendo amigos toda la vida. Creo que la frase que más he repetido en mi escasa experiencia universitaria es: “Qué intensas son las relaciones universitarias” y los que hayáis pasado por esta misma situación, me daréis la razón. Cuando estamos en una residencia universitaria en la que compartimos vida con personas de nuestra misma edad, nos damos cuenta de que el tiempo es tan relativo como nosotros lo queramos considerar y que los segundos son tan largos como nosotros deseemos que sean. La universidad es una época de cambios, de experiencias, de sensaciones, de experimentación. Es una época que nos pone la vida patas arriba, pero que, a la vez, nos emociona y nos entusiasma como jamás imaginábamos.

Cuando era pequeña, hablaba con mi madre sobre su etapa universitaria, le daba vueltas a todo lo que me contaba y tenía muchas ganas de vivir esas experiencias que ella había vivido. Ahora que estoy aquí, me doy cuenta de que no todo tiene porqué ser igual, no todo tiene que ser un calco de lo que ella vivió, pero bien es cierto que siempre lo tengo presente para saber qué es lo que está bien, pues nunca he dudado del criterio de mi madre para las buenas y las malas acciones. Cuando hablaba con ella, me imaginaba a mí misma en un aula enorme, rodeada de gente muy diferente entre sí con un profesor hablándome sobre las obras más importantes de la literatura o enseñándome a traducir extractos de historias de griegos y romanos… y ahora, todo, exactamente todo lo que me imaginaba es real, estoy en la universidad, estudiando la carrera de mis sueños y luchando para conseguir mis objetivos con éxito, tal y como siempre lo he hecho. Y estoy en una etapa de mi vida en la que nunca creí que me encontraría… estoy feliz, estoy viviendo la vida con la que llevaba soñando desde pequeña, estoy haciendo lo que quiero y viviendo tal y como deseo.

No tengáis miedo a marcharos de casa, porque, aunque al principio parece el fin del mundo, es solo el inicio de una vida nueva, una vida en la que haréis amigos, conoceréis a muchísima gente distinta, quizá incluso os enamoréis. No soy una experta en el tema, pues solo llevo un mes viviendo en una ciudad distinta a la mía, pero, al menos de momento, no me arrepiento de haberme ido. Vivid vuestra vida universitaria al máximo, disfrutad cada segundo y guardadlo en vuestra memoria por siempre, pues es una etapa que jamás vuelve, que es efímera como una estrella fugaz y que vuela tan rápido que no podremos capturarla nunca. Vivid, con cuidado por los tiempos que nos asolan, pero vivid y disfrutad de vosotros y de las personas que conoceréis a lo largo de vuestra experiencia. No dejéis jamás que nadie consuma vuestra felicidad, vuestra alegría, vuestras ganas de vivir y de comeros el mundo. Y por último os diré, que no desaprovechéis los segundos en los que podéis ser vosotros mismos.

Espero que este escrito haya sido de vuestro agrado. ¡Nos vemos en el próximo!

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