Vaya por delante que mi escrito- queja no va destinado a nuestros sanitarios, pues me consta que ellos están trabajando ahora más que nunca, con menos medios y con más presión. Ellos merecen más que un aplauso, ellos merecen más que un reconocimiento, ellos merecen trabajar con más garantías, con más apoyos, con más recursos y con más presupuesto. Hoy me centro en los usuarios del sistema sanitario público, en un problema que nos afecta a todos y en una situación que se repite todos los días en los centros de salud: la fiebre.
Por otra parte, advierto que aunque soy una extremeña de pata negra, nacida y criada en nuestra preciosa tierra, por razones que no vienen al caso, resido en Andalucía, la comunidad vecina; con lo que mi experiencia en la sala de urgencias que voy a relatar no procede del sistema sanitario extremeño, sino el andaluz. No obstante, me consta que hay pocos cambios de una comunidad a otra, a pesar del cambio tan diferente del color que tienen los dos gobiernos autonómicos, ninguno, tampoco en el resto de comunidades, ha sido capaz de encontrar una solución al problema, por lo que decidí escribirlo aquí.
Pues bien, el sábado del puente del 12 de octubre, mi hija empezó con fiebre, no tenía nada más, solo una fiebre que superaba a los 40º C. No os tengo que explicar el miedo que los padres tenemos ahora a lo que siempre hemos estado tan acostumbrados… Los niños siempre han crecido con fiebre, han echado sus dientes y cualquier otro problema leve ha mostrado su cara a través de la fiebre. Siempre se ha dado ibuprofeno y paracetamol y hemos esperado a que haya algún foco que indique el origen de la fiebre, no nos hemos preocupado en exceso. Por ello, cuando esa noche mi hija empezó con aquella fiebre, la mediqué con antipiréticos, la metí en la bañera y decidimos esperar a ver si salía algún signo que indicara el origen. Por supuesto, nos quedamos encerradas en casa, no salimos a ningún sitio porque en tiempos del COVID todo puede ser covid, es lo primero que se nos pone en la cabeza ¡Como si no hubiera otras enfermedades!
Entre jarabes de una cosa y otra pasamos el puente sin acudir a urgencias para no saturarlas, pues eso es lo que parece que nos aconsejan siempre. Seguía mirando a mi hija por todas partes y nada, la fiebre no se acompañaba de nada más. Por ello, el martes por la mañana (después de intentarlo de forma fallida vía telefónica y vía online) me presenté con mi hija en la puerta del centro de salud para coger una cita con su pediatra. En la puerta había muchísima gente, pedí mi vez y me alejé, avisando que llevaba una niña con fiebre, pues había personas mayores a las que no quería contagiar. La gente no dejaba de llegar, se juntaban en la puerta sin distancias y cada cierto tiempo había discrepancias entre los que esperaban o con el personal que estaba trabajando. La situación era de lo más esperpéntica, pero, según me dijeron, era la imagen que se repetía cada mañana.
Al fin llegó nuestro turno, después de más de una hora y media (a mi hija le dio tiempo de vomitar dos veces a causa de la fiebre) y cuando entro, digo que tengo a mi hija con fiebre de dos días y medio de evolución, que ha vomitado dos veces en la puerta y que quiero una cita para que la vea su pediatra, que no fui a urgencias por no saturarlas y que he llamado al teléfono y no lo cogen. La muchacha que daba las citas me miró con cara de susto y me dice preguntó — ¿Cómo has traído aquí a una niña con fiebre?— Yo no podía entender su pregunta, pensaba que las personas cuando estaban malas iban al médico, pero con toda la paciencia que pude sacar y de la forma más amable que pude le indiqué que los teléfonos no los cogían y que la aplicación para pedir cita no me daba cita (ni tan siquiera telefónica) en menos de 4 días, por otra parte, no podía dejar a mi hija con nadie y con tres años no puedo dejarla sola en casa. Me cogieron el teléfono, el nombre y me mandaron para casa, me dijeron que alguien me llamaría.
Reconozco que salí de allí echando sapos y culebras por la boca, pensé que nadie iba a llamarme y que me habían quitado de allí de manera muy fina. Pero me equivoqué, apenas llevaba media hora en casa recibí una llamada de número oculto, era su pediatra, muy atenta y preocupada por mi hija, como siempre. Después de comentarle toda la situación, me citó a las 13:30 para recibir a mi hija con todas las medidas y el protocolo que la situación actual indican, algo que me pareció muy lógico y me dejó tranquila.
A la hora de la cita, acudí al centro de salud pensando que no habría mucha gente en la puerta, pero descubrí que había tanta gente como durante la mañana, que lo mismo había embarazadas (yo era un ejemplo), pacientes oncológicos, niños enfermos y personas mayores… todo un caldo de cultivo en aquella puerta, de nuevo con discrepancias y sin distancias. Cuando me atendió la pediatra miró a mi hija de arriba a abajo, no puedo poner ni una sola queja sobre su forma de trabajar, pues atendió a la niña lo mejor que pudo, pero estimó oportuno mandarnos al hospital para una exploración más exhaustiva.
Con lo cual, cogí el informe y me fui al hospital. Al llegar, tomaron la temperatura y le hicieron la prueba del COVID 19, la cual dio negativa (lo mismo que también había sido negativa hacía menos de un mes cuando fuimos con sintomatología semejante). Al salir negativa la prueba, nos mandaron para casa y a esperar evolución.
En el hospital me llamó mucho la atención que en la sala de espera se sientan a todos los niños con fiebre juntos, cuando uno se levanta, se sienta otro, sin que haya ningún personal de limpieza que pase algún trapo o fregona por la zona. Esto me resulta muy llamativo porque en los colegios o en los bares, donde se supone que las personas van sanas, se limpia a cada momento, cosa que dista mucho de lo que se hace en el hospital, quizás por falta de recursos.
Después de una semana, seguimos en casa y seguimos con fiebre sin otros focos pero “tenemos que alegrarnos porque no es coronavirus” y al parecer, el resto de enfermedades se han extinguido desde que en marzo llegó este virus que tanto ha cambiado nuestro día a día.