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Cristina Núñez Nebreda

Juegos de niños

¡No quiero que crezca!

crecer

El crecimiento de los hijos supone en ocasiones un momento de crisis para los padres

El momento de la maternidad/paternidad es uno de los más luminosos de la vida. No hay dos casos iguales: cada persona lo vive de una forma única, pero todas coinciden en señalar que la llegada de los hijos es una especie de revolución positiva que amplía nuestros horizontes vitales y, por lo general, saca lo mejor de nosotros mismos. Como ahora me relaciono con muchas nuevas mamás, me he fijado en que no son pocas las que se lamentan de que los niños crezcan. Por supuesto que quieren verles sanos y haciéndose grandes, pero les da pena que el tiempo se vaya entre los dedos y que se disperse esa magia de la primera infancia.

He consultado a la educadora social Helena Guerra, del gabinete Okola, para profundizar un poco en los motivos de estos sentimientos. Me ha dado una larga y sustanciosa respuesta. En primer lugar explica las diferencias del fenómeno de la maternidad en nuestros días al de hace unas décadas. “En España hace 80 años, los hijos eran vistos como un reemplazo: mano de obra para el trabajo familiar (y también bocas que alimentar) y la garantía de subsistencia de la generación anciana gracias al cuidado de los hijos en un estado sin garantías de bienestar (si podéis, volved a ver Novecento)”,  nos explica.

Las cosas han cambiado desde entonces, cuenta Helena. “Ahora son el centro de nuestras vidas: trabajamos para que ellos tengan y accedan a todo lo que pensamos que necesitan, les aliviamos las tareas, les evitamos los sufrimientos… de algún modo invertimos el proceso natural de la crianza que debería orientarse a una autonomía progresiva que permitiera a nuestros hijos no solo valerse por sí mismos sino ocuparse de nosotros en nuestra vejez. La educación y la protección se prolongan en el tiempo, mucho más allá de la edad adulta”..

La primera separación que establecemos con nuestro hijo es la rotura del cordón umbilical. Es cierto, semanas antes de tener a mi hijo pensaba que, en efecto, nunca estaríamos tan juntitos. “A medida que el bebé y el niño crecen y ganan en autonomía, se van produciendo nuevos distanciamientos: el niño gana su individuación alejándose de la madre y apropiándose de su cuerpo, de su espacio, de su crecimiento y de sí. Y como en toda separación, hay una tristeza y es necesario hacer un duelo, tomar conciencia de la pérdida y reconocer nuestros sentimientos. Cuando este duelo no se hace la pena queda”. Deduzco, de las palabras de Helena, que la tristeza es lógica y hay que pasar por ese trance.

manos

El crecimiento de nuestros hijos nos enfrenta a la idea del envejecimiento y la muerte

Otro de los motivos de esta especie de síndrome de Peter Pan es la adaptación a las nuevas circunstancias. “Otro elemento puede ser el temor al cambio, cada paso de una etapa a otra de la crianza requiere una adaptación personal y de la vida familiar. Siempre ponen a prueba nuestras competencias y desestabilizan nuestro equilibrio, apunta Guerra. También señala la sensación que  se experimenta de haber perdido la oportunidad de vivir plenamente una etapa, en ocasiones sin haberla aprovechado bien.

Por último, esta experta cita una cuestión enormemente trascedente. “El crecimiento de nuestros hijos nos enfrenta a la idea del envejecimiento y la muerte. Ellos se desarrollan, nosotros vamos declinando, nuestros padres van envejeciendo y muriendo; de pronto, casi repentinamente, en estos años de la crianza, nos damos cuenta realmente de que en algún momento nosotros vamos a ser la generación anciana, el soporte de la familia, sin nadie que nos respalde y abocados a nuestro final”.

Muchas ideas para reflexionar y para analizar. Muchas gracias, Helena.

 

 

 

 

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