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Cristina Núñez Nebreda

Juegos de niños

Aprendiendo a ser tres

La vida da un giro con la llegada de un niño

La llegada del primer hijo hace que las parejas inicien una nueva fase

¡Que viene, que viene! La llegada de un pequeñajo/a suele ser el momento estelar de la pareja. Nueve meses después de un encuentro amoroso con puntería, (o tras un tratamiento de fertilidad exitoso o un trámite de adopción que llega a buen puerto) un nuevo ser humano disuelve una paridad que, en muchos casos se había mantenido muchos años antes de que llegara el heredero. Somos una generación de papás puretas (hasta una década mayores de lo que lo fueron nuestros padres) que nos lo hemos pasado pipa antes de elegir el momento de la paternidad. Así que no se puede decir que nos haya pillado por sorpresa. La llegada del nene o nena plantea retos a todos los niveles, y uno de ellos es precisamente es el de la pareja. Ya no somos dos, ahora somos tres (y en algunos casos tres o cuatro). Hay que compartir el tiempo, el amor, el dinero y la energía.

He consultado a un puñado de mamás y papás sobre cómo los hijos han transformado sus relaciones. He intentado que el abanico de encuestados fuera amplio: hay personas que ya tienen hijos adolescentes y otros que acaban de ser padres. Hay dos mamis con tres hijos cada una, una heroicidad en los tiempos que corren. Todos han tenido la generosidad de contarme sus casos, aunque me guardo sus nombres para no ventilar su intimidad.

La idea general es que en prácticamente todos los casos la pareja se reformula y pasa a una nueva fase. Esto no significa que la cosa vaya a peor, pero sí que hay cambios considerables. “La pareja se resiente, por supuesto, es inevitable, porque hay más trabajo en casa, más cansancio, más responsabilidades. Menos tiempo para los dos, más atención para los bebés” me cuenta una madre que reconoce haber salido ‘del pozo’, ya que sus hijas tienen 5 y 8 años.   

“Nada es como antes, no es ni mejor ni peor en cuanto a la relación, es simplemente diferente o totalmente diferente”, me explica un papá que cuenta lo difíciles que fueron los dos primeros meses. Su hijo tenía cólico de lactante y toda la energía de la pareja se iba en intentar calmarle. Opina que “la pareja debe buscar siempre momentos de intimidad y de aislamiento del bebé”. Parece obvio que despegarse algún ratito es bueno, aunque no todo el mundo tiene esta necesidad. “Aún no hemos sentido ninguno de los dos eso de “a ver si se lo llevan los abuelos un rato y así hacemos nosotros nuestras cosas”, lo hacemos todo adaptándonos a el, o adaptando su horario al nuestro cuando haga falta. No sé si es bueno o malo, pero nos sentimos bien así”, me dice una amiga, madre de un niño de 11 meses. “Mientas son bebés nosotros no tenemos la necesitad tampoco de separarnos de ellos, pero cuando se van haciendo mayores a todos nos viene bien cambiar de aires”, comenta una triple mamá que confiesa a renglón seguido que ella también es de las que rara vez se separa de los niños”.

Una opinión más en este sentido: “En cuánto a dejar al bebé para hacer vida de pareja nosotros no lo hemos hecho. No hemos sentido la necesidad. Nos gusta mucho viajar y hemos adaptado los viajes al ritmo de ser tres y las necesidades del niño. Pero no me imagino viajando sin él”. Otra mamá plusmarquista y especializada en traer al mundo varones (ha tenido tres) cuenta que “es fundamental tener tiempo para la pareja y tambien para ti sola. No somos solo madres o padres. Tambien somos pareja, amigas, hijas, trabajadoras, señoras de la limpieza” .Ella reconoce que ha recurrido a canguros o a familiares para que cuidaran a sus hijos en estos casos. “Jamás me he sentido culpable”.

Pareja de tres

Hay que repartir el tiempo, el dinero y la energía con el nuevo habitante

La idea de que la pareja se hace más fuerte con la llegada de los niños también ha salido en algunos de los textos que me han escrito mis papás confidentes. El bienestar del niño es un poderosísimo motivo para ponerse de acuerdo, aunque a veces esto genera broncas. Hay quien asegura que las discusiones disminuyen cuando llega el pequeño y que los vínculos se hacen más sólidos. “Estamos más afianzados que nunca, intentamos cuidarnos y tener esos momentos para nosotros pero sin prescindir de ‘nuestra princesa'”, me cuenta otra chica, madre de una niña de 2 años. Hay otra aportación más que me gustaría adjuntar. “Un niño lo cambia todo, es cierto, te cambia hasta la manera de entender el mundo tal como lo percibías desde la perspectiva del adulto y además, algo que me entusiasma es que ambos estamos aprendiendo de nuestra hija, en pareja”.

Y para terminar, de momento, la opinión de una veterana (aunque joven) mamá de dos adolescentes, que aporta una perspectiva amplia que recoge el paso del tiempo. “Cuando son pequeños porque reclaman muchos cuidados que necesitan dedicación y tiempo que hay que quitarlo de otros sitios (casi siempre de uno mismo y de la pareja) y cuando son mayores porque los problemas también van creciendo y además ellos, como no puede ser de otra manera, toman decisiones que en muchos casos dividen la opinión de la pareja. La clave está en tener muy claro el camino que se quiere seguir y ser muy firmes, con cuatro ideas muy claras que sean la base de una educación encaminada a hacer de los niños buenas personas”.

El tema es apasionante y ha derivado en otros muchos aspectos. Las aportaciones de mis amigos dan para un segundo capítulo que tiene más que ver con la pasión, cómo buscar huecos para el amor aún cuando uno no tiene tiempo, está cansado o no se siente “sexual” o atractivo (eso nos suele pasar a las mujeres). Y también sobre las infidelidades, que surgen en ocasiones como escape a situaciones familiares asfixiantes. Mucha tela que cortar.

 

 

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