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Cristina Núñez Nebreda

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Los niños también se preguntan por el tema de la muerte

Brilla el sol, las vacaciones están a la vuelta de la esquina y la vida muestra su cara más sonriente. No hay nada que temer, pero hoy me pongo un poco profunda. La semana pasada, preparando la tertulia de la radio, sus conductores nos proponían un tema espinoso. ¿Cómo hablar de la muerte con los más pequeños? ¿Cómo explicarles que llega el día en el que nos vamos, desaparecemos, dejamos de estar? Difícil, y más teniendo en cuenta que ellos son todo lo contrario a lo que implica la idea de la muerte. Son pura vitalidad y salud.

Yo, que ya atesoro años, todavía no me he reconciliado con el hecho de tener que morir. Mi madre dice que a medida que uno se va haciendo mayor lo asume, esperemos que los años me concedan serenidad para afrontarla. Desde que ha nacido mi hijo me preocupa muchísimo más no estar, no poder cuidarle.

El Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC) se hace eco de un trabajo de investigación de Txabi Arnal, profesor de Magisterio de la Universidad del País Vasco. En él, el autor investiga 57 álbumes infantiles, 57 obras literarias en las que se aborda, de una manera o de otra, el tema de la muerte. La conclusión que saca es que “la mayoría de los álbumes tienen un gran valor literario y afrontan el tema con naturalidad”.

Naturalidad, esa parece ser la clave. A raíz de esto he buscado información sobre cómo abordar el asunto.Todos los artículos hablan de que no es bueno mentir a los niños, que hay que ser sincero y explicarles la muerte desde nuestra óptica y creencias. Los católicos tienen el recurso del cielo. Los agnósticos o ateos deberán enfrentarse a la cruda explicación de que morimos sin más. Las fuentes consultadas me dicen que no es bueno decir que las personas queridas que han fallecido están dormidas o de viaje. Eso alienta la idea de que algún día van a volver. También hay que aprender a recordar a los que se han ido.

Mi hijo todavía es pequeño y aún no tiene esas dudas tan trascendentes, aunque gente cercana a mí con niños más mayores me han contado que a partir de los 4 años más o menos empiezan a preguntarse por esos temas y, en paralelo, por cómo nacemos y cómo somos fabricados. En resumen, que tendré que ir preparandome el argumentario para no decir eso de “pregúntaselo a papá”  o dejarlo para otro día. Creo que estos pequeñajos siempre exigen una respuesta. Y rápida.

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