Es todo un misterio. ¿Qué tienen los enchufes que generan tal atracción en los más pequeños? ¿Huelen bien? ¿Tienen música? ¿Se ve algún dibujo animado si uno lo mira fijamente? Creo que no, pero algo deben de tener que los hace irresistibles. Pura hipnosis infantil.
Al enanillo que tengo en casa ya se le está pasando la fiebre ‘enchufil’, pero hemos pasado las de Caín intentando disuadirle de lo peligroso que es tocar los enchufes. Su gusto por los vatios empezó en los meses del gateo. Su universo estaba a ras de suelo y las tomas de luz parecían un objetivo a alcanzar. Con los primeros pasitos continuó su pasión por la electricidad. El juego más divertido era intentar alcalzar los agujeritos e introducir cualquier cosa. O sacar el enchufe que estuviera colocado. ¡Dios!
Parece cosa de risa, pero hay que intentar mantenerles lejos. El cuerpo humano es conductor de la electricidad, por lo cual hay que evitar tocar cables pelados o las clavijas de los enchufes. En este caso, el cuerpo cerraría el circuito, y se podrían producir graves daños, desde quemaduras hasta paro cardiaco.
En mis casi dos años de experiencia como mamá no he encontrado más solución que estar muy pendiente de los movimientos del niño, no perderle nunca de vista e intentar tapar los enchufes con muebles u otros objetos para intentar cerrarle el paso. El momento de mayor tensión lo vivimos cuando intentó meter unas llaves metálica en el enchufe. ¡Noooo! En las ferreterías venden las típicas tapitas de plástico, pero rápido aprenden cómo se pueden levantar con los deditos. Son curiosos e inteligentes. Y temerarios.