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Cristina Núñez Nebreda

Juegos de niños

Las mentiras, un mal atajo

Ilusión

A veces se miente a los niños para mantener viva su ilusión

Mentir es feo, está mal visto, denota ruindad y falta de transparencia, pero al cabo del día todos lo hacemos unas cuantas veces. Consciente o inconscientemente, para lograr nuestros objetivos, para quedar bien, para parecer súper listos y molones. Para sobrevivir, en una palabra. Hay casos en los que la mentira es flagrante, aunque la mayoría de las veces es simplemente una omisión de datos. En ocasiones, a qué negarlo, la mentira es un cómodo refugio que nos hace la vida más fácil. A veces nos mentimos a nosotros mismos con tanto realismo que llegamos a creérnoslo.

Nadie quiere que su hijo sea un mentiroso, pero a veces recurrimos a las mentiras para que todo fluya.  A mi pequeño, a sus dos años, ya hay que convencerle de las cosas. De una forma muy elemental, hay que negociar. No sé si lo haré bien, pero intento evitar las mentirijillas, no me parece honesto aprovechar mi superioridad de adulta para timarle. Estos días anda resfriado y la pediatra nos ha mandado un buen ‘pack’ de medicamentos: el imprescindible  Dalcy, un antitusivo y un mucolítico. Y todo al compás. Qué horror de sabores. Y como remate, suero vía nasal. Tortura china para mi duende loco, que se lo huele y se rebela. La única alternativa para conseguir que se lo tome es la recompensa de gusanitos para aplacar el sabor. En alguna entrada he criticado el uso de chucherías como “soborno”, pero es que si no no hay manera. Se lo prometo y se lo doy, no quiero que empiece a desconfiar. A veces le escondo las cosas peligrosas para que no enrede. ¿Será eso mentirle? Puede.

Intento contarle las cosas como son: si los abuelos se van, se van, y hasta dentro de un mes no les verá. Si papi está trabajando, está trabajando, tardará en llegar. Si yo me voy al curro, luego nos vemos. A las 10 de la mañana no vamos al parque como a él le gustaría, vamos a la guardería, y cosas así. Claro, que no pienso renunciar a contarle que los Reyes Magos traen regalos, porque eso no es una mentira, es una ilusión.

Al hilo de las mentiras, es interesante este artículo de ABC, en el que diseccionan su origen y su uso. Hablan con Antonio Escaja Miguel, coautor junto a Bernabé Tierno de ‘Saber educar hoy’. Un niño ve actitudes diarias que le incitan a la mentira. Por ejemplo, si alguien llama por teléfono e instamos a la persona que está al lado a que diga que no estamos y eso lo presencia un pequeño, irá comprendiendo la utilidad de mentir. También faltamos a la verdad por compromiso, como apunta el artículo, por ejemplo cuando decimos que un regalo nos gusta y no es así. Se trata de no herir y de socializarnos.

Me gusta este fragmento del texto: «Hay que enseñarles a ser auténticos, hacerles ver que ellos son lo que son, no lo quieran aparentar ante los demás», subraya Escaja, «haciéndoles comprender que les queremos tal y como son» para que se acepten a sí mismos. También indican que hay que crear un ambiente de sinceridad y falta de presiones para que no sea necesario mentir. Tengo la impresión de que atmósferas opresivas o las grandes exigencias impuestas a veces a los hijos hacen que éstos mientan para hacerse pasar por lo que no son. Complicado renunciar a la mentira.

 

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