Uno de los efectos sobrenaturales de esto de ser padre, madre en mi caso, es que uno vuelve a la niñez ipso-facto, se abre la puerta de la máquina del tiempo y regresan los años infantiles, eso sí, con un desfase de treinta y pico años, lo cual no es poco. Ser niño en los ochenta o en la segunda década del siglo XXI debe ser algo bastante diferente. Con solo dos años, mi hijo pasa el dedo por la pantalla del móvil igual que yo lo hacía por los cuadernos de cuadros marca ‘Tauro’. Pensando en ese pasado entro en trance, recuerdo cosas que me reconfortan y también me da un poco de pena que el tiempo pase como un rayo. Ya soy mayor, sin paliativos. Viejuna, que dicen los gafapastas y modernosos.
Relaciono la infancia con las tijeras, el pegamento Imedio y las cartulinas, con mis prisas por acabar los trabajos manuales el domingo por la noche, in extremis. Pienso que siempre he sido igual: acabo las cosas, pero a última hora y casi siempre con ayuda, suelo dejar todo para el final y me dejo algún fleco. Una noche de domingo de hace miles de años toda la familia Núñez Nebreda tuvo que ponerse a pegar granos de arroz y alubias sobre una cartulina para trazar la silueta de un pato y rellenarla de legumbres. Como no había dicho nada, me faltaba parte del material, y en lugar de pegamento transparente tuvimos que echar una cola de contacto amarilla color moco que mi madre sacó de alguna caja de herramientas. Era densa y su olor mareaba. El trabajo se acabó y no me catearon, aunque la bulla familiar me la llevé. Debía de estar en tercero de EGB.
Estos días también me he sorprendido a la una de la mañana terminando una campana de Navidad para llevarla a la guarde de mi hijo. Teníamos varios días de plazo pero me puse al final. Se suponía que era una actividad para hacerla en familia, con el niño, pero la hice yo sola, sentada en el sofá, desesperada porque no era capaz de que el papel cuadrara exactamente con la forma de la campanita. Mami torpona. Tampoco le pude poner la cuerda para colgarla porque no tenía. “Qué mal se me dan los manuales”, pensé mientras extendía el pegamento de barra e iba retrocediendo en el tiempo y volvía al siglo pasado. Charol, papel de seda, papel pinocho, papel transparente, cartulinas, pegamento en barra, celo, tijeras con punta redonda. La casa va llenándose de materiales, nos esperan duros trabajos en los próximos años.
Las Navidades van dejando regalitos, que más para el niño, son para los padres. Bomba me lo he pasado con la pizarrilla magnética en la que se puede dibujar y borrar hasta el infinito. Y ni os cuento la diversión que proporciona un set de plastilina en el que hay una especie de cacharro para fabricar espaguetis y unos sellos para estamparlos en la masa. Esto es divertidísimo.