Una semana en el cole y ya hemos recibido la primera comunicación oficial “indeseable”. Aquí podría escucharse, a modo de banda sonora, una música de terror de esas de escenas de máxima tensión. Así reza el papelito con el que el niño ha salido de clase: “Se ha detectado en la clase de su hijo/a la presencia de piojos. Es importante una rápida actuación con el fin de impedir su propagación. Por tanto le ruego que tome las medidas necesarias para solucionar el problema o las preventivas para impedir que el niño pueda tenerlos también. Disponemos en el centro de una guía que ponemos a su disposición”.
Al parecer, según me ha contado el farmacéutico, las oleadas de piojos se han vuelto más constantes a lo largo del año, antes estaban más limitadas a periodos concretos. Los piojos son parásitos sin alas sumamente contagiosos que se alimentan de la sangre humana, esa es la definición más habitual que encontramos en casi todas las páginas de Internet. En todas se dice que su contagio no tiene que ver con la falta de higiene, sino con el ph de la piel, por eso hay personas más propensas a ser contagiadas. La franja de mayor riesgo va de los 3 a los 11 años. Además de los productos de farmacia parece bastante eficaz aclarar el pelo con vinagre, uno de los recuerdos de infancia chungos que tengo. Internet ofrece múltiples guías pormenorizadas sobre cómo actuar para sacar a los piojos de la cabeza de los pequeñajos, así que propongo un barrido por la red. Reconozco que me da repelús pensarlo y que me pasa como a mucha gente, de sólo oir su nombre, me pica. Me voy a rascar.