Llevaba una larga temporada fuera de ‘Juegos de Niños’. Andaba, y ando, sumergida en los ajetreados y maravillosos primeros meses de la nueva de la familia. La parentela aumentó hace dos meses y medio, planteando un nuevo escenario vital y devolviéndonos a las noches de sueño intermitente, a la ojera tatuada, a la inversión en pañales y a no tener tiempo ni para ir al baño. En serio, hay que coger número hasta para hacer “pipí” y una se olvida de los espejos y se declara en huelga indefinida contra los peines. Cuando ya avanzábamos a velocidad de crucero con el primero, cuando ya sabíamos lo que era ser padres…¡zas!, borramos y volvemos a escribir.
Hay muchas teorías sobre cómo se encaja una nueva “pieza” en el mapa de la familia, desde los que opinan que el trabajo crece exponencialmente y que todo se desborda, hasta los más optimistas que sostienen que el segundo hijo se cría solo y que la infraestructura que ya estaba montada sigue sirviendo. Tal vez aún sea pronto para hacer un diagnóstico sobre cómo lo estamos viviendo nosotros, pero lo cierto es que la historia no se repite. El segundo hijo no es una réplica, no es una segunda parte, no son vivencias clónicas, sino una experiencia única y distinta, porque llega en otro momento de la vida, con cosas aprendidas y también con muchas sorpresas que te convierten en novato y que impiden que haya ‘deja vù’. Eso sí, hemos reciclado mucha ropita y toda la utillería de cuna, carro y demás aparejos.
Una de las preguntas que más he tenido que responder en las últimas semanas ha sido la de cómo lleva el niño mayor convivir con el nuevo fichaje. Hablamos de los famosos celos que configuran lo que se conoce como “síndrome del príncipe destronado” por la novela que Miguel Delibes publicó en 1973 en la que describe con ternura infinita como el pequeño Quico tiene que bregar con la llegada de su hermana y como se transforma su mundo, un mundo en el que él reinaba en exclusiva, con sus padres como fieles súbditos. Suele ser habitual que el hijo mayor, que aún es pequeño para encajar con madurez la llegada del nuevo, vea una clara competencia en ese recién nacido para quien todo son mimos y arrumacos y que es una completa novedad. Hay niños que experimentan una involución: vuelven a hacerse pis encima, dejan de comer solos, se despiertan por la noche. La mayoría llama la atención, intenta acaparar a una madre que anda recuperándose del parto y con el agotador horario que imprime la lactancia. Muchos emplean métodos expeditivos y directamente pasan a las acciones violentas o pretenden “jugar” con él o ella como si fuera de su edad. O intentan rescatarle de la cama o cogerle.
Sobra decir que hay que brindarles las mismas atenciones que antes de la llegada del recién nacido. La gente te da consejos, que le hagas caso, que no le excluyas del proceso. Te aconsejan que les hagas un regalo para hacerle más suaves los cambios. Y también que cuentes con él para los cuidados del pequeñajo. Te puede traer pañales, lavar un chupete o ayudar en la hora del baño. Otro consejo es que el padre o la madre dejen por un momento al recién nacido y salgan con el otro niño a hacer alguna actividad especial como el cine, el teatro o el parque, dependiendo de la edad. Resultó curioso ver como las personas que venían a visitar a la niña primero hacían todo un ritual de halagos al mayor, le traían un regalo, le decían lo guapo y listo que es y luego se asomaban a conocerla. Más allá de teorías conviene no perder nunca la naturalidad y la normalidad para enseñar a convivir y que reine la paz en una casa mucho más ocupada.