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Cristina Núñez Nebreda

Juegos de niños

“¡Tengo viruta!”

¿En qué momento un niño pierde la inocencia y percibe que el dinero es esa llave que abre puertas, que hace salir bolas de las máquinas, que da via libre a los Kinder Sorpresa o que consigue que nos dejen entrar al cine o al carrusel? ¿Cuando se produce ese ‘clic’ mental que diluye la mirada cristalina y hace aparecer esa figura “aterradora” del capital? No sabría determinarlo con exactitud, pero en casa hay uno que, a sus cuatro años, ya suelta perlas como “¡tengo viruta!”, agitando un monedero en el que va acumulando el parné. Y te salta con que si no tienes, él te puede prestar. No sé si a interés cero o ya estará pensando en lucrarse a costa de sus incautos padres cual banquero sin escrúpulos. Espero que el espíritu de Tío Gilito no le posea. ‘Money makes the world go around’, qué verdad más absoluta. Y sí, aunque, topicazo al canto, las mejores cosas ni se compran ni se venden, el dinero, o la falta de él, nos condiciona completamente, y también a los niños, que desde su infancia más microscópica conviven con las condiciones económicas de su entorno. Los padres gastamos dinero en nuestros niños mucho antes de que vean la luz, y como el capitalismo es un monstruo de varias cabezas con mucho apetito, las necesidades creadas son infinitas, desde una ecografía 4-D (de pago) que no aporta demasiada información extra pero sí un rato de recreo viendo moverse al feto, hasta 1.001 cacharros que consideras imprescindibles pero que solo ocupan sitio y nos vacían la cartera.

¿Cómo conseguir que los niños no sean materialistas en este mundo materialista? El que tenga la respuesta que me llame. Porque puedes predicar, contarle lo importante de tener un techo, escuela, juguetes, ropa. Que no todo el mundo lo tiene, que el dinero cuesta mucho ganarlo, que hay que contenerse, que hay otros mundos, lejanos y cercanos, en donde falta todo, lo básico. Le puedes soltar un rollo muy bien argumentado, pero como los niños aprenden con lo que ven, no con lo que les cuentas, todo ese discurso quedará en filfa si el niño te ve comprar como un loco sin mucho sentido, de manera impulsiva y sin discernir entre el capricho o lo necesario. Es complicado, como todo lo referente a la educación. Además, reconozco que yo soy de gatillo rápido, desenfundo la tarjeta cual vaquero de western, con rapidez y dejando un destello en el aire.

Algunas pautas leídas en ciertos libros recomiendan precisamente todo lo contrario: contenerse. Los niños piden, piden mucho, se encaprichan con todo y quieren cosas, a porrillo. Y se supone que hay que saber decir no bastante. Tampoco siempre, porque en ocasiones hay que complacerles. Y ahí está el tema, saber trazar la línea. ¡Dichosa pedagogía, no se puede uno ni relajar un segundo!

También se habla de ofrecerles actividades en las que no haya un móvil económico. Una tarde en el campo con un bocata envuelto en papel Albal es lo más barato que existe y, sin embargo, no solemos venderles ese plan como algo tan excitante como ir a la feria. Reconozco que me encantan las meriendas fuera de casa los sábados y domingos: el chocolate, los churros, las tartas y bollos (¡todo sanísimo!). ¿Se puede “desaprender” a hacer cosas placenteras? Creo que no.También he leído lo importante de enseñarles a reciclar. Una tarde de manualidades con rollos de papel higiénico gastado puede dar mucho juego. Las cosas ‘handmade’ tienen un especial valor. Ahora que está tan de moda la repostería casera, es buena cosa meterse con los niños en la cocina y enseñarles lo barato y divertido que es hacer una tonelada de galletitas.

Hay muchas formas de organizar un cumpleaños infantil, que es como el momento estrella de la vida de un niño. A mí me apabullan esas mega-fiestas en las que no falta un detalle. Por supuesto que hay que celebrar las cosas buenas de la vida, soplar una vela, comerse una tarta, reir y bailar pero tanta historia…que hay cumples que parecen los Óscar de Hollywood. Y con más regalos que el maharaja de Kapurhala. Reconozco que a veces pienso que si le das tanto tan pronto, ¿qué le quedará para cuando sea mayor?

“Poderoso caballero es don dinero”.  Si pudiera elegir, me gustaría que para mis hijos no fuera un problema, ni una obsesión. Que no les falte, ni les sobre. Y que el mundo que habiten cuando sean adultos haya borrado ciertos vicios relacionados con la pasta. La corrupción. El poder. Los abusos. La misera. Mucho tienen que cambiar las cosas.

 

Los niños, familiarizados con el dinero desde su más tierna infancia

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