Llega el segundo cumpleaños del peque y volvemos a celebrarlo como hay que celebrar la vida: a lo grande, respirando, confiando en el futuro y comiendo tarta. Dicen que pasa rápido esta primera infancia, pero estos 730 días desde que nació el niño han sido tan intensos que valen por dos. Es como si la vida se concentrara y multiplicara sus horas. Así a bote pronto no podría decir qué hice en 2007 ó 2008, pero tengo clarísimo qué fue lo más importante de 2010, 2011 y 2012.
He leído en libros y foros (y también me han contado otras madres) que esta edad marca un cambio considerable en su actitud. Se puede decir que inician la guerra de la independencia, empiezan a reafirmar su personalidad y, ya de paso, a montar algún pollo.
Las destrezas adquiridas durante estos dos años son ya muchas y son capaces de hacer infinidad de cosas, se van sintiendo tan seguros que ya no necesitan la mano de mami. Quieren comer solos, no quieren sillita pero luego tampoco quieren andar y te llevan la contraria por las cosas más peregrinas, como las zapatillas que pretendes ponerles. Su palabra favorita es “no”. “¡No mami, no!”. He visto que en algún sitio equiparan esta etapa a la adolescencia, es como una especie de edad del pavo prematura.
Hay que afrontar las rabietas con toda la calma de la que podamos hacer acopio. Al final, las emociones se transmiten, y si logramos comunicar cierta tranquilidad, puede que al niño se le pase “el berre”. Cuando mi enanillo se pone loco empiezo a cantarle. Al final, prefiere las canciones a los gritos y terminamos entonando nuestros “greatest hits” domésticos, desde ‘Caracol, col, col’ hasta ‘Que llueva, que llueva’. Imagino que también es el momento de empezar a poner límites y establecer rutinas. Dicen que lo más importante es ser coherente: si habitualmente no le dejas hacer algo, hay que intentar que esa “prohibición” se mantenga. Si no, el niño no sabrá a qué atenerse.
Quitar el pañal, dormir solos en su habitación, adquirir hábitos de higiene o aprender a vestirse son algunos hitos de los dos años. Poco a poco dejan de ser bebés y se convierten en niños. “Un niño grande”, como dice mi peque. Y yo me debato entre el orgullo de verle crecer y la nostalgia por lo que se va. ¡Felicidades, hijo!