Tengo que reconocer que tal vez se me haya ido la mano en algunas entradas del blog y le haya puesto mucho azúcar a ciertos aspectos de la maternidad. En realidad, para mi casi todo ha sido positivo en esta aventura, pero hay que reconocer que hay ciertas contrariedades y dificultades que complican mucho la vida a la mamá (y al papá también, venga), sobre todo en los primeros meses. Y también hay que contarlo, no pasa nada. No somos peores madres por reconocer esos aspectos menos bonitos. Tampoco nos arrepentimos del paso dado, ¡eso nunca!
El otro día salía este tema en un grupito de amigas y algunas se lanzaron a comentar, sin sentimiento de culpa y sin necesidad de quedar bien, algunos de los principales contratiempos de su vida de mamis. “No todo es bonito”, decía una. Y es verdad, aunque la explosión hormonal y el subidón de oxitocina de los primeros momentos nos ponga unas enormes gafas de color rosa y forma de corazón en la cara. Los primeros días se los pasa una como en un after-hours…no para la fiesta ni la sensación de maravilloso desfase. Pumba, pumba.
En lo que coinciden casi todas es en como el pequeño/a de la casa agota todo el tiempo habido y por haber de la madre, y da la vuelta a nuestros horarios, a nuestras rutinas, a nuestra relación con el mundo. A mi se me ha olvidado eso de levantarme con pachorra, de ducharme con calma, de elegir la ropa. Voy como puedo, casi siempre regular o mal. No es que antes fuera primorosa ni hecha una top-model, pero ahora peor. Se aplaza casi todo lo aplazable, y ahí entran cuestiones como la depilación, la peluquería o incluso visitas médicas de cosas no urgentes, como el dentista. Hay quien se queja mucho de que su cuerpo no es el mismo que el de antes de ser madre. A mi eso no me importa, la verdad.
Creo que de las cosas que hacía antes he reducido como un 50%: veo menos a mis amigos, veo menos pelis, leo menos libros y de la actualidad estoy enterada “a cachos”. A veces tengo lagunas lamentables. Tampoco he viajado mucho, pero no es que me haya quedado clavada en casa. En realidad todo este ‘pack’ de contrariedades me parece secundario y salvable. No tengo la impresión de que mi vida sea aburrida, de verdad.
Ha sido difícil compatibilizar el trabajo y, sobre todo, estar mentalmente preparada para hacerlo todo a la vez. Sensación de estar siempre a la mitad, dividida. Otra cosa es que tú tienes a tu hijo permanentemente en la cabeza, pero el resto del mundo está a sus rollos y no tienen porqué interesarles las charletas de mamá ni si la anterior noche has dormido poco. Todo eso resulta un coñazo si uno no está en ese ajo. Podemos llegar a ser plastas hasta unos niveles insoportables.
Algunas madres me cuentan que lo más duro de su nuevo rol de madre fue bregar con el niño en un estado físico que al principio no es bueno: puntos, cansancio, la falta de sueño nocturno y el despiste generalizado provocado por esa vigilia que en ocasiones parece infinita. Una nueva mamá dice que para ella, en el papel que estrenó hace seis semanas, lo complicado es la incertidumbre, no saber muy bien cómo actuar ante el llanto de su hija.
También hay quien, ya con niños más mayores, no sabe muy bien cómo estar a su altura, de qué manera compartir juegos, cómo ser cercano sin pretender ser su colega. Y el reto sigue y sigue toda la vida: a los15, alos 30 y a los 40. Para siempre. Y no todo es bonito, desde luego, pero la mayoría de las cosas sí. No me llaméis pastelona.