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Cristina Núñez Nebreda

Juegos de niños

El nombre

En Casar de Cáceres se pone el nombre de cada bebé en un árbol

En Casar de Cáceres se pone el nombre de cada bebé en un árbol

Hace unas semanas vi una película francesa de esas que consiguen hacerte reír y pensar al mismo tiempo. Por ahí la califican como “comedia de salón”, y puede ser una buena definición. La peli no tiene más escenario que un domicilio, en el que transcurre toda la trama, pero engancha porque los diálogos y el tema son muy interesantes. Se llama ‘El nombre’ (The prenom) y la dirigieron en 2012 Alexandre deLa Patellièrey  Mathieu Delaporte. Cine francés del bueno, agil e inteligente. Todo gira en torno al nombre elegido para un niño que está a punto de nacer. Lo que iba a ser una tranquila cena con familia y amigos íntimos se convierte en un pequeño infierno de cuchillos volantes a raíz precisamente de eso: elnombre.

Me hizo pensar en lo trivial que es el asunto y la importancia supina que le damos al nombre de nuestro futuro hijo. Tanto que hay familias que pelean, parejas que se enfadan o que dilatan la decisión hasta el momento mismo del parto. Hay niños que nacen sin nombre y que se tiran varios días hasta que se decide. Y otros que no son más que una mórula cuando ya tienen adjudicada la palabra que les designará durante toda la vida.

A las abuelas les suele gustar bordar esa palabra mágica en todo tipo de objetos para el chiquitín. Hay nombres tan rotundos que parece que rebasan la pequeña magnitud de un bebé, pero a todo se acostumbra uno. En la época de mis padres se tiraba de santoral y eso si que era un festival de nombres chulos: yo tengo dos tíos a los que pusieron Restituto (por parte de padre y de madre), uno al que bautizaron como Eusiquio (no sé si con ‘s’ o con ‘x’) y otro que se llama Antonino. Personalidad no les falta, eso sí. Mi padre se llama Dionisio, que es un poco más común.

Nosotros le dimos alguna vuelta al nombre de nuestro hijo, no demasiadas. Cuando supimos que era un niño pensamos en uno, y durante un mes fue ese: Rodrigo. Después hubo algún pequeño debate y optamos por Pablo, que es nada menos que el tercer nombre más puesto en el 2012, aunque nosotros se lo pusimos en 2010. Originalidad ante todo. Os aseguro que un rato en el parque es una especie de locura porque oyes llamar al que te crees que es tu hijo desde todos los lados. Pero no, son otros Pablos.

De todos modos no me arrepiento. Me gusta ese nombre, le queda bien, me suena bien. Es el nombre de mi hijo y creo que no le complicará mucho la vida. El nombre más puesto el año pasado de varón fue Alejandro. Le siguió Daniel. Después de Pablo aparece Hugo y, en el quinto lugar, Álvaro. Los nombres más puestos de niñas son Lucía, Paula, María, Daniela y Sara, en ese orden. De los nombres puestos por gente conocida en los últimos tiempos el que me ha sorprendido es el de una coetánea de mi Pablito. Se llama Airam, que suena muy exótico pero que es, nada más y nada menos que María al revés. Toma ya.

En Casar de Cáceres, un pueblo cercano a la capital cacereña, hace siete años decidieron ponerle los nombres de cada uno de los niños nacidos en el último año a los árboles de una zona verde conocida como la charca. Es un entrañable y supone una estadística bastante fiable de los nombres que se ponen en esta localidad.

Ante la duda, se puede recurrir al nombre materno o paterno, y escuchar eso de: “¿Con qué Luis quiere hablar, con el padre o con el hijo?” Un clásico de cuando sólo había un teléfono en las casas y estaba en mitad del salón.

 

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