Tiene razón Alfonso Guerra; si un político se alía con otro para ganar y resulta que pierde, pierden los dos. No vale decir después que vence todo el mundo, porque para eso no montamos
El Partido Socialista ha podido demostrar que es una formación donde existe democracia interna. Las bases tienen opinión al margen del aparato y la militancia, si se lo propone, es capaz de insuflar aire fresco. A cambio, ha dejado patente que su líder, posicionándose por una de las opciones, no cuenta con el respaldo que debiera. Madrid es sólo una federación socialista, estamos de acuerdo, pero la primera que le da la espalda en una de sus opiniones.
Zapatero apostó por uno de los competidores con demasiada rotundidad. Dijo aquello de que “Gómez es bueno, pero Trini es buenísima”. Llamó a Gómez a Moncloa cuando le vio díscolo y le sugirió que se echara a un lado que venía la ‘recomendada’ de las encuestas. Pero el tal Gómez, como le llamaban al principio los suyos, no se achicó, tiró para adelante y, aunque se ganó la descalificación del todopoderoso Rubalcaba (“el principal mérito de Tomás es haberle dicho no a Zapatero”) al final ganó, sabedor como es de que la militancia socialista, a imposiciones, no se la mueve.
El gran vencedor aquí ha sido Tomás Gómez. Será candidato en una comunidad donde se le conocía poco y, además, se ha convertido a nivel nacional en un líder que no sólo le ha ganado a Trinidad Jiménez, le ha ganado al propio Zapatero. Lo peor es que su ‘estrellato’ puede tener fecha de caducidad; si pierde con Esperanza Aguirre en mayo su fama se diluirá y Zapatero podrá proclamar: “Os lo dije”. Pero si gana, ¡Ay, si gana!…