Esperaba más de Rubalcaba. Tampoco es que defraudara, pero un debate precedido de una encuesta del CIS donde Mariano Rajoy sale muy fortalecido cara al 20-N, hacía prever que el candidato socialista iba a echar el resto para demostrar ante una audiencia millonaria que está mejor capacitado que su oponente para ser presidente del Gobierno. No lo hizo. En términos futbolísticos, se puede decir que no fue buscando la victoria, si acaso el empate y eso le hizo perder el partido.
Rajoy puede estar contento, ganó el cara a cara por un estrecho margen, pero suficiente como para rebasar el último escalón que le quedaba antes de la cita electoral. El candidato socialista cometió el error de bulto de convertirse en determinados momentos en un entrevistador del programa de su oponente y, además, le trató en alguna de sus intervenciones como si ya fuera el huésped de La Moncloa. Ante una determinada audiencia si uno se coloca en la oposición, claramente le está haciendo entender a la gente que tiene pocas posibilidades de ganar.
El candidato popular, por su parte, jugó su papel de hombre serio, que es el que ahora busca la gente que anhela salir de la crisis, leyó sus intervenciones en exceso pero ahora no se busca un orador sino a un gestor que tenga las ideas claras y fue plano en su discurso como siempre, sin mojarse a las claras en temas comprometidos. Suficiente para pasar el trago y salir airoso.
Rajoy sabía que tenía que debatir con su oponente al menos una vez. Hoy no se entienden unas elecciones sin este trámite. Y aunque las audiencias ya tienen decidido su voto mayoritariamente, espacios como éste lo confirman o lo cuestionan.
El debate de anoche no sirvió para sembrar duda alguna: los que pensaban a votar al PP lo seguirán haciendo, los que pensaban votar al PSOE lo mismo, y los indecisos siguen estándolo. ¿Resultado? Rubalcaba no ganó nada y, en consecuencia, perdió; y Rajoy no perdió nada y, en consecuencia, ganó.