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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

MONTECRISTO

 

Es la distancia que va del Castillo de If al Castillo del Morro. De Marsella a La Habana. De la prosa al verso. Guardo en mi humidor un “Montecristo A” por si la muerte piadosa me avisara de su llegada y aún tuviera tiempo de fumármelo al partir. En la madera, espadas cruzadas sobre la lis del placer. Carmelita claro el color. Siempre torcidos a mano, siempre larga la tripa. Fuerte, nervudo, como un ideal antiguo y sarmentoso. Entre el índice y el mayor. No hay mudanza ni paso atrás entre tus partidarios. Traes buenaventura, Montecristo. Aromas discretos,… maderas, café tostado, olor a cuero.

Yo te canto, Montecristo. Te gozo como te gozó mi padre. Como te gozan desde que te fundara un asturiano, Alonso Menéndez, era 1935, y al darte vida echó las velas a la mar. Porque pasa la mar por Pinar del Río, porque baten las olas en Vuelta Abajo. Porque la estrella polar siempre lleva hasta allí. Porque eeres santo y seña de los todos los peregrinos devotos de nuestro señor el habano.

El dos, la pirámide, es, sin duda, el mejor figurado del mundo. La gran corona, por el contrario, ni siquiera es de este mundo, que es de otro al que iremos y del que no habrá retorno. Hecho de calma y cadencia a partes iguales. Con el mucho vuelo de los mejores torcedores. Pero es quizá la entrañable mareva, el cuatro, la que acompañará en la memoria, por los siglos de los siglos, las desdichas del muy desdichado Conde de Montecristo.

Calma. El lector leía una y otra vez en las fábricas. En calma. Tal vez 1865. Víctor Hugo, Cervantes, Balzac, Dumas,… “Los Miserables”, “Don Quijote”, “La Piel de Zapa”, “Los Tres Mosqueteros”, y, por supuesto,… “El Conde de Montecristo”. ¡Don Alejandro! Quizá eso bastó para dar nombre al habano por antonomasia. Decir Montecristo es decir habano. A pleno pulmón, sin sombra. Habrá otros. Los hubo antes y los habrá después. Pero en la historia del tabaco cubano su nombre es leyenda imperecedera.

Alvarez de Azevedo no vivió lo suficiente para fumarlos, pero de haberlo hecho, para Montecristo hubiera escrito aquellos sus versos mil veces repetidos: “E do meio do mundo prostituto só amores guardei ao meu charuto”.

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


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