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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

AGUA DE SOLARES

Agua de Solares.

 

Los chavales de ahora no saben lo que significó para los que tenemos cierta edad indefinida la botella de Solares. En aquellos remotos días de mi niñez tales botellas se custodiaban en las farmacias. Aguas medicinales al fin y al cabo. Aguas recetadas por pediatras. Bueno, y por reumatólogos y hasta por psiquíatras. Nada mejor para el sistema nervioso. Sedante natural. Aguas cargadas de cualidades terapéuticas. Muy bicarbonatadas, pero pobres en fluoruros, perfectas para los grandes bebedores.

La localidad de Solares, en el valle del Río Miera, es paso obligado entre Bilbao y Santander. Tierras de gente hidalga. Gentilicio de Solares, solariego. Prueben a comprobarlo visitando el Palacio de los Marqueses de Valbuena. O el de los Rubalcaba. Ahora los banqueros han construido un búnker para el proceso de datos donde antes había verdes praderas y casonas con labras heroicas. Son tiempos de debe y haber mas que de cruces y espadas. Pero Solares es y será, ante todo, por los siglos de los siglos, sus aguas y su balneario. Cantabria está hecha de anchoas, chicharros, sobaos, quesada,… y agua de Solares. Desde 1753. Ya en el Catastro de Ensenada se las menciona. En 1827 se levantó la primera Casa de Baños. Un año después el manantial de Fuencaliente fue declarado de utilidad pública. Pero no será hasta 1902 cuando se construya el soberbio Gran Hotel Balneario. Recientemente restaurado, visitarlo es prueba de buen gusto en viajeros a lomos del placer. No dejen de hacerlo. Y si pueden coman allí. En paz y en aroma de días que no volverán.

Cuando yo era chico el Agua de Solares solo se vendía en farmacias. En la trastienda, atesorada. Agua gruesa, pero entre todas las aguas mi favorita. Aunque parezca mentira, es un agua con sabor. Y mucho. Hay otras con las que también disfruto, pero ninguna como ésta. No hay buen restaurante sin agua de Solares. Se come con la memoria y se bebe con la memoria. Quizá por eso cada vaso de Solares encierra para mí un estremecimiento. Quizá el íntimo latigazo que me lleva a la niñez. Sabe a niñez. Sabe a manantial y a piedra. Piedras solariegas de Cantabria.

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


diciembre 2013
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