Las tres de la tarde, sopla el viento. Atrás los últimos de San Francisco y yo camino de casa. Medio roto, a punto de romperme del todo. Con un delantal a rayas y una camiseta del Badajoz en una percha de muebles Manceñido. Flamea la camiseta al viento mientras arrastro las cintas del delantal. A la deriva, como salido de las brumas del combate. Me zumban los oídos. Llevo una diana del 1905 y un peto de voluntario de Banco de Alimentos. Me bailan los pies. Pensarán que he bebido. Calculo lo que queda de camino. Poco es mucho. Y flamea mi bandera en la percha. Al doblar Rodrigo Dosma se me nubla la vista.
Las tres y veinte y no puedo cerrar los ojos. Tumbado en la cama solo veo migas y pimentón. Me tiembla la memoria y la gente. En el techo se me agolpan amigos pidiendo migas. Javier García me sonríe. Solo unos pocos son imprescindibles. El entusiasmo se viste de cocinero cuando año tras año monta el lío gordo de las migas solidarias. Nos ha embarcado y la tripulación regala ejemplo. Pepe Alba si fuera máquina sería una de esas máquinas alemanas que ni se cansan ni protestan. Y lo de Carlos Calzado tiene el mérito del que no pide relevo en la hora del mayor dolor. Todos. Todos los que han hecho posibles las III Migas Solidarias de Badajoz. Ante ellos me quito el sombrero. No he comido. Pienso que este mundo se divide entre los que comen y los que dan de comer. Son más felices los últimos. Sin duda.
¡Ay! Cierro los ojos. Me río. Eduardo Molina repite su letanía y los demás, todos los demás, apretados como la arena. No sé si hemos recaudado mucho o poco, pero ha merecido la pena. Me gustan las migas con pimentón. A Pepe le ayuda ya su hija. Y me acuerdo de la mía. Pepe corta jamón con la herramienta del padre bueno. No puedo abrir los ojos. Gracias María del Mar. Gracias Ángel. Gracias a todos. Casi dormido se me aparece Javier García doblando la espalda como un vietnamita en un arrozal. Le sigo. Al doblar la mía me crujen las vértebras. Comer y dar de comer. Me he dormido. Fin.