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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

A NÉSTOR LUJÁN

 

 

Escribo estas líneas minutos antes de que comience el partido. Un partido cualquiera en el Camp Nou. Néstor Luján era catalán. De Mataró. Pero no recuerdo que escribiera nada sobre fútbol. Escribió sobre boxeo, eso sí, y sobre toros, donde dejó una de las mejores obras que se hayan escrito, su extraordinaria “Historia del Toreo” (1967).

Néstor Luján ejerció en su tiempo el magisterio de las costumbres. Al menos en lo que a costumbres refinadas y gozosas se trata. De las píldoras del Doctor Negrín, aquellas lentejas pequeñas e insípidas de la zona roja en que le pilló la guerrra siendo un niño, a las más lujuriosas mesas que en el mundo han sido.

Articulista de fino gancho, escritor erudito, excelente gastrónomo… pero ante todo y después de todo, “bon vivant”. Orondo, epicúreo, sabio. Bibliófilo; en su casa de la Diagonal barcelonesa atesoró libros y amigos. Taurómaco. Impenitente fumador de habanos. Fue, en su tiempo, primer espada de la gastronomía nacional. No fue un precursor genial como Julio Camba, pero sus obras son, aún hoy, referentes ineludibles en la historia culinaria nacional. Sin lugar a dudas.

¡Ya en el terrero de juego los futbolistas! Puede que a ustedes no les interese en demasía saber en qué día nació la legendaria receta de la carpa “a la chambord”, ni si el disoluto príncipe Mauricio de Sajonia estuvo presente el día del parto, pero sobre éstas y otras cuestiones semejantes, Néstor Luján dejó una obra enciclopédica. Todos los aficionados a las historia de los fogones somos deudores suyos y de su “Historia de la Cocina Española” (1970). Supo mezclar la crónica gastronómica y la evocación histórica con maestría. De niño me leía sus artículos con devoción. Los recortaba, que es el mayor homenaje que se le puede hacer a un articulista. Ahora le considero mi maestro y aprecio en su justa medida su contribución a las buenas letras. Puede que careciera de cierta pasión, tan común en las plumas nacionales, pero quizá esa distancia con que encaró la vida, cierto descreimiento de casi todo, le permitieron adorar como único dios, al dios de la buena mesa.  En su memoria escribo estas líneas. Ruede ya la bola.

 

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


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