En FITUR se malcome,… aunque haya cocineras como walkirias. Ni humo, ni aromas. Todo con preservativo. Donde son muchos los contables no echa raíces la buena mesa. Un año más… FITUR, feria de las vanidades. Si no estás, corre el rumor de que te has muerto. Donde comer de gorra está solo al alcance de los primeros espadas del huroneo. Comer bien no es de este mundo. Hay que levantar el vuelo y volar… Volver atrás… ¡nunca!
En el desenfreno de la feria he tenido ocasión de conocer mejor a Juanra, un chaval de COPE, con toda la barba y un caldero de saber estar. Hemos comido juntos y ya nos tratamos de tú. Cenando en Platea hilamos la hebra del verbo culinario. Me preguntaba por las mejores mesas, por los mejores platos. Ocasión servida para la parrafada. Comer son las mil piezas de un mecano. Una de ellas fuera de sitio y la magia se esfuma. La compañía, el momento, el ritmo, la cantidad, el lugar,… Normalmente los recuerdos más gratos no tienen parentela con el lujo. O solo de vez en cuando. Cuando eres joven aún buscas Shangri-La con los ojos de ver. Cuando los años te van venciendo, ya sabes que Shangri-la solo está dentro de uno mismo.
Al volver al hotel, en Barajas, a esa hora muerta en que nadie te da de comer, casi las seis, fuimos a darnos coscorrones con un humilde bar de barrio humilde. Un bar de esos con la nevera en el salón y un cartel de no abrir por favor. Entramos porque la cocinera nos enganchó a sonrisa limpia en la calle. Nos dio cariño y un filete de ternera con patatas de verdad. En otra mesa, en el rinconcillo, cuatro parroquianas, reían y bebían alocadamente. La cocinera y el hijo de la cocinera, que no tenía trazas de haber estudiado hostelería, pero se le veía en la frente un cartel de estoy aquí para tratarte a cuerpo de rey. El jamón no era ibérico, pero frito con huevos te hacía temblar. Teníamos hambre y santa compaña. Se llama Bar Tinaja, y los huevos los fríen con aceite de cariño al rojo. Denominación de origen.