Enrique Becerra presume de tabernero y bien pudiera presumir de poeta. En 2005 publicó un recetario personal, verdadero y literario. Lo titulaba “Recetas con Historia” y todas las historias son suyas. Un ejercicio sabroso de oficio en la cocina y en el verso de haber vivido. Sabores de una pieza, hondas verdades de la culinaria de siempre, sin trampas ni cartones. Obra con la que he disfrutado y aún disfruto cada vez que vuelvo a ella. Porque palpita.
En las páginas de tamaño libro comen gentes de toda condición, muchos de ellos primeros comensales de todas las letras y todas las artes. Entre las artes mayores, la tauromaquia. Aunque Enrique no sea taurino del todo, su restaurante, tan a la vuelta de la Maestranza, tan hecho para Sevilla, es lugar de encuentro de la gente del toro. De ahí que sean muchas las anécdotas que cuenta en su libro sobre toreros y aún más las que intuyo que calla y que sería un placer oír de su boca mientras va y viene una alboronía o una carrillada de puerco.
Así, cuenta que a Don Diodoro Canorea le encantaba trajinarse la sopa de ajo con cuchara de palo, que el crítico oliventino Don Filiberto Mira tenía fama de gran gafe, que Don Álvaro Domecq prefería siempre el revuelto de habas con jamón, que Litri chico es devoto de las albóndigas de cordero con yerbabuena y que, según es sabido, a Belmonte, el Pasmo de Triana, le placía acodarse -“porque los taurinos son más de apoyar el codo que el trasero”- a la barra de Los Corales, en la calle Sierpes, y tomar una tapita de hueva en rodajas. De Curro Romero cuenta que celebraba en Becerra el final de temporada despachando arroz con langosta; en la mesa uno y de espaldas al resto. Eso sí, al Faraón de Camas el café le gusta en vaso duralex; el vaso de Curro. Cosas de la caballería andante. De lo otro, de la alboronía y la carrillada de puerco, ya hablaremos cuando llegue abril.