Esta es la historia de un hombre bueno. La de Antonio Cabrera y Corro, naturalista ilustrado. Magistral de la Catedral de Cádiz desde 1801, miembro de la Junta Patriótica que defendió aquella ciudad, capellán en guerra, español y chiclanero. Nacido en 1763, hijo de humildes panaderos, murió en olor de santidad en 1827. Y si los gaditanos le admiraron por sabio, más le veneraron por bueno. Vivió entregado a su fe y a su ciencia. Y en lo que a nosotros toca, fue autor de la primera reseña científica sobre los peces y las algas de los mares andaluces.
Ahora que tan de moda están el atún de Barbate, el garum y las algas, las verduras del mar, es hora de recordar al magistral Cabrera, el primer ficólogo español. Ahora que tanto se habla de otro gaditano, Ángel León, el cocinero del mar, y de su restaurante “Aponiente” en el Puerto de Santa María, es hora de reconocer la labor de aquel sacerdote. En 1817 publicó su memorable “Lista de los peces del mar de Andalucía” y nueve años después, en 1826, “Lista de nombres vulgares de los peces del mar de Andalucía”, obra en la que se estudian casi trescientas especies marinas recogidas en la geografía lingüística que va de Cádiz a Málaga.
En lo político fue realista convencido. Los liberales casi le linchan por su prédica en el Te Deum que se celebró con motivo de la aprobación de la Pepa. Huyó malamente sacristía a través. No pagó con la misma moneda. Colaborador del gran biólogo Mariano Lagasca, le dio amparo cuando en 1823 éste huía de los Cien Mil Hijos de San Luis. Maestro de otros biólogos como Tornos, otro liberal conspicuo, al que recogió en su casa por aquellas mismas fechas.
Si van por Chiclana sepan que allí tiene calle y estatua. Recuérdenlo cuando por esos chiringuitos de playa y levante pidan croquetas de algas, quisquillas de Motril, loritos, carajos, frailes, escopetas, tintoreras, miracielos, tembladeras de lunares, gallinetas, japutas (xaputas escribe Cabrera), tapaculos, galeras, gallos, correplayas, mahomas… Don Antonio, tan humilde como caritativo, padre primero de nuestra ictionimia. Fe y razón bajo el manto de un hombre ejemplar. “Pertransiit benefaciendo”, escribieron en su tumba.