Se murió mi abuela y al toro “Civilón” se lo comieron. La maldición del gitano faraón. “Once upon a time in Spain there was a little bull and his name was Ferdinand”. Así comenzaba “The story of Ferdinand”, la obra más conocida del escritor yankee Munro Leaf. Publicada en 1936, se inspiraba en la vida, indulto y muerte de un torito negro, lucero y meano llamado “Civilón”, hijo de “ Civilona” y hermano de los civilones. El ganadero, Juan Cobaleda, lo tenía reseñado para una novillada en Valencia. Una mala cornada en el campo, entre hermanos, obligó a cambiar de planes. Los gañanes tardaron meses en curar el cuello corneado de “Civilón”. Día tras día se le practicaban las curas y tanto fue el roce que Carmencita Cobaleda una niña de no más de ocho años acabó enamorándose del torito herido. Y “Civilón” se enamoró de la niña y para sorpresa de todos toleraba su presencia y acudía cuando la niña le llamaba por su nombre. De todo esto se hizo eco la prensa y en particular la revista “Estampa” que le dio carrete y portada al tema. Y media España lloró. Y la otra media bostezó.
Treinta mil pesetas tuvieron la culpa. Barcelona, 28 de junio de 1936. Año de males. Pedro Balañá el empresario. El Estudiante el torero en cuyo lote cayó el torito salmantino. Los corrales de la plaza fueron templo para los peregrinos del ya famoso cornúpeta. Fotos, películas, hasta una escultura le hicieron. Conferencias y mítines. Mujeres airadas protestando en las calles y Balañá puso el cartel de no hay billetes en La Monumental. Tras la primera vara fue tal la bronca que el presidente del festejo se vió obligado a indultar a “Civilón”. Pero no hubo ya más dehesas para él. Fue a morir tiempo después, a lo oscuro, en los corralillos de la plaza. El 18 de julio estalló la guerra civil y los milicianos se comieron al torito de Carmelilla. Tal cual.