En “Lhardy”, en la Carrera de San Jerónimo, de doce a dos la gente elegante tomaba el aperitivo. El caldo era, a esa hora, santo y seña. Otro de los grandes restaurantes de aquellos días, “Tournie”, abría sus puertas no muy lejos, en la calle Mayor. En “Molinero”, sito en la flamante Gran Vía, se servía un menú para pudientes por diez pesetas. Para que se hagan una idea, en el Hotel Ritz el cubierto de seis platos costaba dieciséis pesetas. Del Hotel Palace era famoso el grill. En la calle Echegaray el Hotel Inglés ofrecía un festín pantagruélico, consistente en aperitivos variados y diez platos, por diez pesetas. En esa misma calle, “Los Gabrieles”, abigarrada casa de comidas, daba un cocido completo por solo sesenta céntimos. Entre los restaurantes típicos destacaban “Botín” y “El Mesón del Segoviano”, célebres ambos por sus asados. Mariscos en “La Viña”, calle Núñez de Arce; judías y merluza en “La Concha”, calle Arlabán. En “El Buffet Italiano” ya se servía comida del país vecino, todo un ejercicio de sibaritismo para la época. Los más trasnochadores solían terminar la juerga con la sopa de ajo al horno de “Los Burgaleses”, cocina que nunca cerraba. También por entonces existía el menú del día, así “La Cousine de D’Or” daba de comer por una peseta, eso sí, comprando un abono de diez. Estamos hablando del Madrid de principios del siglo XX, donde un plato de solomillo de ternera con patatas soufflés en un restaurante en condiciones costaba no menos de dos cincuenta, y una generosa ración de callos a la madrileña en una humilde casa de comidas no llegaba a la peseta. De todo aquello poco o nada queda, bueno, queda “Lhardy”, queda “Botín”, y quedan las ensaimadas de “La Mallorquina”, casa fundada en 1894, aunque hoy ya sus camareros no vistan frac ni hablen en francés. No estaba yo allí, lo cuenta José Álvarez de Estrada en un librito de recuerdos delicioso, publicado en 1962, titulado simplemente “Recuerdos de Otros Tiempos” y cuya lectura recomiendo.