El ácido úrico y yo dormimos juntos. Hay mañanas que nos despertamos a la misma hora y no les extrañará si les digo que mejor no despertar. A mediados de mucho tiempo atrás me hice un análisis y descerrajé los marcadores. A fuerza de dolores me he enrolado en la moderación. Es ver una de almejas a la marinera y temblar. Rubias, babosas, finas, de Carril, japónicas,… Recuerdo unas Navidades en que olvidé recordar y casi perezco en el intento. Tres cuartos con la langosta, la nécora y el centollo. Abstinencia (salvo presión mayúscula). De la carne roja no tengo malos recuerdos, y, de momento, nos acaramelamos. En cambio el alcohol es traidor y perro. Y aquí viene el cuento de hoy.
Toda morigeración es poca frente a la perniciosa costumbre de ir de caña en caña. A lo sumo ese primer trago que tanto reconforta. Vale, dos. Dos tragos. Una caña. Pero no más. Y, a ser posible, de verdadera cerveza. Prefiero las artesanales, las que se muerden, las espesas,… Una Ballut, por ejemplo. O la negra, que alimenta tanto como emborracha. Una, pero no más. ¿Un vino? Uno. Ahora me he pasado a Madre del Agua de Bodegas Toribio. Un crianza de terciopelo. Un cohete de placer. Una copa,… dos no más.
Mi amigo Patuco bebe por los efectos. Como casi todos, aunque no todos sean tan sinceros como él. ¡Ay,… si el agua chispara! Cinco palabras que encierran todo un tesoro de sabiduría. Así que cuando el ácido úrico aprieta nada como un Gin Pantano. El nombre debe ser una vaga referencia al Plan Badajoz. Ahora que se ha generalizado la mugrosa costumbre de servir el botellín de agua sin vaso, es obligado reivindicar que se nos sirva el agua mineral, con o sin burbujas, Solares o Das Pedras preferentemente, en vaso ancho, con un iceberg dentro y una rodaja de limón coronando el envite. Lo demás es cochambre. Porque beber es disfrutar y nada más triste que beber a morro del plástico.
Este verano, si a su salud conviene, no olviden pedir su Gin Pantano. Extremeño y valiente. ¡Ay,… si chispara!