En el gramófono quedó un disco de pizarra. Desde “Finca Vigía” se ve el mar y en el mar un viejo. “Me fui a mi cuarto y me tendí sobre la cama. Se movía como si navegase, me senté y miré a la pared para hacer que se detuviera. En la plaza seguía la fiesta”. Usaba una Underwood pero lo cierto es que “Fiesta” se escribió con tinta de bar, bota y porrón. No creo que se ofenda. Pocos libros tan húmedos como “Fiesta”. Hemingway era un dipsómano conspicuo. Cuando los españoles de la novena liberaron París, él aprovechó para liberar el bar del Hotel Ritz. Lo hizo con soberbio descaro. De uniforme y al frente de una pequeña escuadra de bebedores. Liberó el bar y para celebrarlo se bebió del tirón una veintena de dry martinis y dos muchachas. Lo uno tras lo otro. ¿Verdadero o falso? Lo único indubitado es que ahora el bar del Hotel Ritz de París se llama Bar Hemingway.
Dicen que París y La Habana no fueron sino estaciones de penitencia para un prófugo de la Ley Seca. En París mojaba el chucrut en pernod. Paraba por la Brasserie Lipp, repollo y salchichas a partes iguales. En La Habana hubo un tiempo en que Mary y él desayunaban langosta. Hoy en el Floridita sirven langosta mientras te enredan con el anzuelo de pescar turistas. “Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquiri en El Floridita.” Ron, limón, azúcar y mucho hielo. Pero Don Ernesto le dobló el ron, añadió cinco gotas de marrasquino, un twist de lima y suprimió el azúcar. Por la diabetes, claro. ‘Papa Hemingway’ llamaban los habaneros al escritor. ‘Papa Doble’ llamó su camarero a la ocurrencia. Un coctel tan seco, tan crudo, tan cínico como su propia literatura.
En una ocasión se bebió quince del tirón. “Beber de pie”, no hay otro secreto para mantenerse sobrio. A última hora tiraba de termo y se llevaba un litro para casa. Allí, en casa, recibió la noticia de lo del Nobel. Era 1954.
Años después su viuda pasó por “Finca Vigía” a recoger el termo. Se llamaba Mary Welsh. No era la primera. En el gramófono encontró un viejo disco de Glenn Miller.