Tapa de jamón y vinillo de Jerez. La ecuación perfecta. A ser posible en Sevilla. Y rizando el rizo, que sea en la Venta Antequera. Así debió pensar Alfonso XIII cuando en 1930 pasó por allí y se metió entre pecho y espalda un picoteo tan regio como sevillano. Aceitunas, lomo, pavías de bacalao, calamares, alguna otra fritanga, jamón, queso, huevas aliñás,… y vino de Jerez. Tan contento salió del festín que al volver a palacio lo primero que ordenó fue que se le concediera el título de Real a la Venta Antequera. O sea, un tapeo de dos orejas, rabo y Puerta del Príncipe.
Pero la Venta Antequera tiene luenga prosapia taurófila. Tiempo atrás, muy atrás, los toros a lidiar en Sevilla se recogían en la Dehesa de Tablada. Allí se iba a verlos y de allí eran corridos a las bravas hasta la Maestranza. Pero en 1916, Carlos Antequera, mozo de espadas que fue de Antonio Fuentes, el Petronio del toreo, el torero del bombín y el bastón, fundó la Venta que lleva su apellido. Con motivo de la Exposición Iberoamericana del 29, el hijo del fundador y, a expensas de los bodegueros de Jerez, construyó en Bellavista la nueva Venta, tal y como hoy la conocemos, con sus corrales y su plaza de tientas. Siete pabellones como siete soles de Jerez. Nombres sonoros, Domecq, González Byass, Garvey, Osborne,… Y le llamaron Pabellón de las Tierras de Jerez. La Venta pasó a ser lugar de fonda y parada para toreros y otras gentes del toro. Consagrada al vino, al jamón, al toro y al cante. Caracol, Mairena, Camarón,… Era terminar la Semana Santa y citarse en la Venta para echar una parrafada sobre los toros a lidiar en la feria. Capillitas y feriantes,… manzanilla de Sanlúcar y más tapas de jamón.
Aquello de los corrales terminó hará treinta años. Ahora que sus actuales propietarios están devolviéndole el viejo esplendor a este templo sevillano, no estaría de más que volvieran los toros a los corrales de la Venta. No estaría de más que volviera a la fiesta el espíritu, recio y noble, de la Venta Antequera. Así sea.