Acabo de leer una columna de Benjamín Lana sobre la merluza titulada “Homenaje a una vieja dama” y no sé si primero fue el deseo de zamparme una en salsa verde o el derramar lágrimas como olas. Comer es saber. Y sabemos porque leemos. En la literatura se esconden los más potentes afrodisiacos del paladar. Algo más o menos así venía a decir Álvaro Cunqueiro cuando proclamaba su amor por el “portunus puber”. Cómo no le iban a gustar la nécoras, decía Cunqueiro, sabiendo que Portuno era el dios de las puertos en la mitología clásica y sabiendo que el terciopelo de la nécora inspiró a Linneo para nombrarla científicamente como púber allá por 1767.
Cunqueiro, medio enterrado en vida, gallego a deshoras,… mi maestro. Cada día más y a más. Es un placer leerte, tan apegado a la tierra, tan transido de mundos propios. “Añádase a la olla mucha literatura finamente picada, recuerdos y un pellizco generoso de fantasía”. No hay palabras más ciertas, siempre a medio camino entre lo vivido y lo soñado. Como cuando aseguraba que el “señor cura de Lago, o cura da fartura, antes de ponerse a la mesa con la enorme fuente —casi una bañera— llena de los buenos percebes de San Ciprián, en las Mariñas de Lugo, rezaba un responso por los que se habían ahogado cogiendo percebes”. Ni cierto ni falso, solo Cunqueiro, el caballero de las más altas ensoñaciones, la pluma más limpia de su tiempo, el niño de Mondoñedo que no dejó de soñar los sueños que soñó en la rebotica de su padre.
Ahora que las nécoras vienen de Inglaterra o de Irlanda o de Francia, ahora que nada es como era, nos queda la literatura; hermana y madre que con nosotros come. Me voy a comprar tres nécoras y me las voy a comer, a pesar de la gota, a la salud de Don Álvaro, y cuando las tenga ante mí, por él, repetiré sus palabras… “A verdade é que hai as nécoras e que son un dos froitos máis sabrosos do mar. Unha boa nécora femia, de febreiro ou abril, ben chea, cos seus coráis, é do millor do millor”. ¡Va por usted, maestro!