Que la Cava Baja es un río caudaloso de posadas y mesones no hará falta que yo se lo cuente. Lo que quizá no sepan es quien fuera Francisco Grandmontagne Otaegui. Vasco de padre francés y madre española, nacido en tierras burgalesas allá por 1866. Cuenta de sí mismo que EN su casa “se hablaba una jerga del diablo, pues mi padre, mi abuela y mis tíos llegaron a fraguar un lenguaje en que se confundían el francés, el bearnés y el vascuence en unas tres o cuatro clases, el labortano, o sea el vasco-francés, y por último el castellano”. A los veinte años hizo las Américas. En Argentina de sí mismo llegó a decir, “trabajé, sudé, sufrí y sangré”. Allí también leyó, y de tanto leer acabó escribiendo. Su verbo soberbio le encumbró. Fue redactor jefe de los diarios bonaerenses “La Nación” y “La Prensa” y desde ese puesto echó un cable a sus amigos españoles, Unamuno, Ortega,… publicando sus artículos y pagándoles generosamente. Su obra, hoy descatalogada y su nombre, hoy olvidado, fueron referentes entre los intelectuales españoles y argentinos de principios de siglo. Republicano, regeneracionista, desafecto de todo nacionalismo, enemigo de todo centralismo, defendió aquello de su época de “más ferrocarriles y menos decretos”.
Con motivo de una de sus visitas a España, Ramón Gómez de la Serna propuso entre sus contertulios de Pombo que se le rindiera merecido homenaje. Ocasión memorable para letras y fogones. El banquete se celebró el 8 de junio de 1921 en La Posada de San Pedro, Cava Baja, 30. Casa fundada en 1740 que luego acabaría llamándose del Segoviano, por ser de allí su propietario. Presumía del mejor queso manchego y de las mejores sopas de ajo de España. Más de cien asistentes,… de Raquel Meller a Ramón Pérez de Ayala, de Antonia Mercé la Argentina al cantaor Antonio Chacón, de Azorín al propio Ramón,… Antonio Machado, también presente, brindó de tal guisa: “Por Grandmontagne alcemos la copa. Al suelo indiano, ungido de las letras hispanas, os vais buen caballero. Que Dios os dé su mano, que el mar y el cielo os sean propicios, capitán.” Murió este noventayochista olvidado en la primavera trágica de 1936. En San Sebastián, en el desarraigo indomable de los emigrantes de ida y vuelta.