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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

EN ALBACETE: EL CALLEJÓN

 

 

No se anden por las ramas, en Albacete, El Callejón. Museo, santuario y, a las horas de comer, restaurante. Alguien les dirá que es caro. Ni de lejos. Lo que pagan se lo comen. El Callejón es a día de hoy parada obligada para quienes viajan por placer. Y para los otros. Los que quieren quedar bien. Los que quieren ver y ser vistos. Y los taurinos. De las paredes de El Callejón cuelgan carteles, fotos y recuerdos hasta en el cuarto de baño. Tal cual. Al menos en el de caballeros. Si lo hacen de pie pueden entretener la ocasión con un cartel de la feria albaceteña de 78. Carteles, cabezas de toros, trajes de luces, castoreños y una colección de arenas de plaza de las que hacen llorar a un legionario. De Acho a Bilbao, de Olivenza a Valencia. Si ustedes llevan la de su pueblo, se la recogen y la exponen. Y de paso la mejor cocina de Albacete. Un histórico.

Prueben los gazpachos. En La Mancha los gazpachos no admiten el singular. Nada que ver con las sopas frías de parecido nombre a las que estamos acostumbrados por aquí. Los gazpachos o galianos, esos de los que gustaba Sancho Panza. “Más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre”. Una delicia montaraz y manchega. Humilde plato pastoril, galianos como los caminos que suben a Francia, donde se mezclan carnes de caza menor, paloma, perdiz, liebre, conejo y lo que se tercie. En El Callejón se sirven sobre una torta cenceña, sin levadura, como las mejicanas, y se comen con cuchara. Luego la torta se la pueden zampar ustedes con miel a modo de postre. Además de los gazpachos pueden deleitarse con otras maravillas, por ejemplo, la tapa de empanadilla de viera con alioli de ajo negro, el arroz con caracoles y alcachofas, ¡guau!, el revuelto de oricios o el hígado de oca con queso fresco. Y, por supuesto, el rabo de toro. Ya saben, en Albacete, El Callejón, Calle Guzmán el Bueno, 18, allí donde habita el fantasma de Mancheguito, el torero que tomó dos veces la alternativa.

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


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