Acaba de caer en mis manos una obrita deliciosa. Escrita como se cocina, con el corazón en juliana. Tan es así, que todas las hambres se me han alzado juntas y a ninguna de ellas me he resistido. Van ya todas en el caudal de tan dulce recetario, ahogadas sin remedio en mantecas, aguardientes y canelas.
Tan buena gente me ha pedido un prólogo y se lo he escrito con sumo gusto. Porque “Harina la que admita” no es solo un recetario al uso, es parte de la historia de Extremadura y sus gentes. La Asociación Luis Chamizo de Guareña ha recogido con primor, orgullo y pasión, las viejas recetas manuscritas de madres a hijas. Tradiciones de esas que nos sostienen en la intemperie de vivir. Porque los pueblos comen con el alma. Y en los fogones es donde mejor se conoce el genio de la raza.
Hay casas en las que al entrar huele a magdalenas recién hechas. Y hay libros repletos de olores mágicos. Éste es uno de ellos. Está lleno de olores que son como altares por aquellas mujeres, madres, abuelas, que supieron escribir sus recetas con la rotundidad exacta, firme y pedregosa de sus muchos sacrificios. Por ellas, en su honor, sírvanse ya los mostachones, los ojos de mulo y los mojicones,… los bizcochos y las almendras garrapiñadas de todas nuestras mocedades,… En eterna letanía,… “tres salves, un padrenuestro y la gracia de tus manos”.
Dicen que las perrunillas se hacen con una libra de manteca, media de azúcar, yemas y un par de copitas de aguardiente. Como el amor. Dicen que el polvorón mejor en el horno. ¡Como el abrazo! Y que los riñones van rellenos con medio litro de leche, dos jícaras de chocolate y una mijina de te quiero. ¡Que San Antonio prefiere las roscas y que el Niño de la Bola los rosquetes! Dicen y cuentan, y no paran.
Acabo. ¿Dónde? Allá donde los lampuzos se jartan. Allá donde “la jacha y el jigo y la jiguera”. Ya saben,… harina ¡la que admita!