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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

LOS GURTUBAY

Simón era de Arratia que es como decir de buena simiente. Gente emprendedora, apegada a fueros y a leyes viejas. Vizcaínos que a Bilbao vinieron y en Bilbao levantaron fortunas. Aquel Bilbao chiquito que dejaba atrás la francesada y soñaba mundos nuevos. Allá se fue Simón, Simón Gurtubay. Se dedicó a los pellejos, o séase, al comercio de pieles. El menester le reportó más pesares que reales, así que comenzó a trapichear en bacalao, género aún estanco, allá por 1830.

Simón tiró de telégrafo óptico para hacer su pedido. “Envíenme primer barco toque puerto Bilbao 100o120 bacaladas primera superior“. Pero quiso el destino, que es caprichoso y faltón, que los bacaladeros entendieran que su pedido era de un millón ciento veinte bacaladas. Quizá el amanuense de Gurtubay no acentuó la disyuntiva o tal vez fuera error del telegrafista. Sea como fuere, el humilde, humildísimo, Gurtubay se tuvo que tragar el descomunal pedido. Corría noviembre de 1835 y Simón quiso morirse. Pero el vasco, sépalo el común de los mortales, empuja, calla y procura no morirse. Buscó compradores de Galicia a Navarra. Nada resultó. Mas cuando se abrazaba a la desesperación, el rey legítimo de todas las Españas, al menos para la facción, Don Carlos María Isidro, puso sitio a Bilbao. Zumalacárregui en Begoña y los bilbainitos sin pan que llevarse a la boca. Cercados. Desabastecidos hasta el hambre. Y Gurtubay con el almacén lleno. ¡Amor a primera vista! Bilbao se desposó con sus bacaladas para los restos. Y se amaron de mil maneras. En éxtasis, en un gozo infinito que aún arde hoy. De Indauchu a Begoña. Del Campo de Volantín a San Mamés. Al pil pil y a la vizcaína.

Al final, una bala perdida mató al general carlista. Muerto Zumalacárregui, se levantó el cerco y Simón Gurtubay Zubero se despertó rico y prohombre de la villa. Compró terrenos en lo que años después sería el Ensanche, se hizo más rico aún, fundó el Banco de Bilbao, se metió en ferrocarriles y a la postre su nieta casó con el Duque de Alba. Y todo porque alguien confundió en un humilde pedido de bacalao la o con el cero. Por supuesto, fueron felices y comieron bacalao, mucho bacalao. En Bilbao, claro.

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


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