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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

CARPACCIO

 

De todos es sabido que en Italia los leones comen cristianos. Normalmente crudos. Y no les pasa nada. A los leones, claro. Costumbre ancestral que, por cierto, aún se practica en tierras de misión y barbarie. La de dar matarile a los cristianos, digo. Pero volvamos a lo nuestro: la carne cruda al modo italiano. Roma, Venecia,… los canales y el león de San Marcos, que, por bueno que fuera, algo se meterá en las fauces.

¡Venecia! ¡Dulces recuerdos! El Gran Canal y a su término: el Harry’s Bar, cual faro de culturas. Porque el carpaccio tiene partida de nacimiento. Años cuarenta. Fue el dueño del Harry’s Bar, Guiseppe Cipriani, quien alumbró la idea el día que la condesa Amalia Nani Mocenigo le comentó que su médico le había recomendado carne cruda para la anemia. Médico, dicho sea de paso, y con todo respeto a su memoria, de extrañas aficiones culinarias. Fuera o no caníbal el médico, el cocinero resultó resuelto y culto. Virtudes que no siempre se dan en collera. Ofreció a la condesa anémica un solomillo de buey cortado en finísimas lonchas. A cuchillo. Y como consideró un tanto insípido el plato le añadió mahonesa, un golpe de mostaza inglesa y una nota de salsa Worcestershire. Con la salsa, en el éxtasis creativo, trazó falsas quemaduras de parrilla en la carne.

La condesa fue plenamente satisfecha. No hay como satisfacer condesas para ser feliz. Extasiada preguntó por el nombre de tan exquisita preparación y Giuseppe, sin dudar, con la naturalidad que dan tres mil años de historia, contestó que carpaccio. Vittorio Scarpazza, alias Carpaccio (1460-1525) fue un pintor del “quattrocento” veneciano, coetáneo y colega de Gentile Bellini, el otro Bellini, Giovanni, el misterioso Giorgione y el luminoso Antonello da Messina.  Fue, entre ellos, el pintor de la paleta pálida, de los ocres apagados. Lo tuvo fácil Giuseppe. Carpaccio.

Por si quieren comer y saber a la vez, sepan que en el Museo Thyssen se expone el que se considera el primer retrato de cuerpo entero de la pintura moderna. De Carpaccio, claro. Circa 1510. Y después de verlo tranquilamente, trínquense un buen carpaccio de ternera, de salmón, de bacalao o de mejillones. ¿Han probado el carpaccio de sesos de cordero con caviar? Pregunten, pregunten,… Al león del Coliseo le encanta.

 

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


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