Pedro Polo o Galdós, ¿quién fue antes? Don Pedro Polo fue criatura, literaria al menos, de Galdós. Como todas las suyas, retrato más o menos certero de las gentes que le iban saliendo al paso en aquel Madrid del XIX. El tal Pedro Polo era, en el caletre de Galdós, natural de Medellín, de segundo apellido Cortés, como Hernán, del cual resulta contrapunto desbaratado. Sin tierras que conquistar, arrumbado en su propia mezquindad, no pasa de cura falsario, dómine cruel de una gavilla de niños desdichados. Don Benito Pérez Galdós se sirve del extremeño para aberrar de la escuela de su tiempo. El cura, más hígado que corazón, más dado a los capones y los palmetazos que a la bondad, al final resulta, para inri, fornicador sacrílego. Además de maestro era también capellán de monjas, las mercedarias calzadas de San Fernando, cargo que cada 29 de junio, coincidiendo con su onomástica, le llenaba la despensa de felices viandas. También sus discípulos, o mejor dicho, los padres de sus discípulos, menos torturados que aquellos, solían obsequiarle con largueza. En tal fecha, San Pedro, y otras marcadas del calendario, convidada el metelinense a muchos de sus amigos, la mayor parte extremeños como él, y “se hacía el frite, guiso de cordero a la extremeña, que era recibido en la mesa con exclamaciones patrióticas.” Cual bodas de Camacho, en palabras del canario, al menos así lo cuenta en su novela “El Doctor Centeno”, publicada en 1883. Recetas de frite hay muchas. Suponemos que el frite que hacía la madre del cura, Doña Claudia, vendría a ser una caldereta de cordero, en la que el cordero primero se fríe y luego cuece en agua y vino. Normalmente se le añade la asadura del propio animal, orégano, tomillo, laurel y pimentón al gusto, amén de un sofrito majado de ajo y cebolla. No se equivocaba Don Benito, se trata de un plato de toma pan y moja. De ahí que no faltaran exclamaciones patrióticas en su loa. Que no nos falte nunca el frite. ¡Viva España! ¡Viva Galdós! ¡Viva el frite extremeño!